El ponente comenzó repasando la evolución histórica del concepto de desarrollo económico y crecimiento, para pasar después a explicar el nacimiento, en los años setenta del pasado siglo, del concepto de desarrollo sostenible como solución a las tensiones que podrían generar el desarrollo/crecimiento clásicos. Sin embargo, en su opinión, este concepto no resulta del todo válido para orientar la toma de decisiones, en tanto que está referido a las necesidades de las generaciones futuras. Y ocurre que existe una enorme dificultad para averiguar estas necesidades, pues dependen en gran medida de cómo evolucione el cambio tecnológico, a la par que la cultura, la demografía, la propia situación ambiental, etc. Todos estos factores y otros modifican nuestras necesidades actuales y modificarán las necesidades de las futuras generaciones, de forma que hoy por hoy no resultan predecibles. Según este escenario, no es posible tomar decisiones que garanticen la satisfacción futura de dichas necesidades.
Continuando con su argumentación, planteó la primera propuesta para solventar este escollo, que consistiría en complementar el Desarrollo Sostenible con el concepto del Desarrollo Humano, cuantificado por el Índice de Desarrollo Humano (IDH). Este índice, que añade a la tradicional medida del Producto Interior Bruto otras como la esperanza de vida, salud, educación e igualdad, se orienta a mejorar las capacidades actuales de las personas. Pone en el centro al ser humano actual (y no tanto a las futuras generaciones), en el sentido de evaluar en qué medida puede realizarse con libertad y elegir su destino.
Sin embargo, en este punto se plantean otras disyuntivas. Suponiendo que vivimos en un país con un Índice de Desarrollo Humano elevado, Marcos se pregunta hacia dónde debemos apuntar con nuestras expectativas: ¿placer, dinero, fama, reconocimiento, virtud, sabiduría…? Aquí podrían barajarse diferentes visiones o teorías sobre la felicidad, e incluso es posible que alguna no resultase compatible con la sostenibilidad (por ejemplo, si todas las personas tuvieran como objetivo prioritario para su felicidad acumular toda la riqueza posible). Por este motivo, después de que el Desarrollo Sostenible es complementado con el Desarrollo Humano, debe añadirse una teoría de la felicidad.
Siguiendo las enseñanzas de Aristóteles, la felicidad es una actividad, no es un estado momentáneo, ni una sensación. Es una actividad continuada, una vida plena, estable aunque sujeta a vicisitudes (azar, destino). Pero, ¿en qué consiste? ¿Cuál es el contenido de esta actividad continuada que denominamos felicidad? La teoría aristotélica nos da pistas, como por ejemplo que la felicidad es un fin que se persigue por sí mismo, mientras que otras cosas que algunas personas consideran fines (el dinero, la fama… incluso la salud), en realidad son solo medios para alcanzar otro fin, que sí puede ser denominado felicidad.
Por otro lado, también destacó el famoso “término medio” aristotélico, en el sentido de buscar la moderación en todos los ámbitos de nuestra vida. Y retomando el IDH, mostró en un gráfico cómo algunos estudios demuestran que, por encima de ciertas cantidades económicas (moderadas), un aumento de la renta per cápita no conlleva un aumento igual en el Índice de Desarrollo Humano. Curiosamente, la media de renta en la que el gráfico muestra un área de inflexión, se parece mucho a la de España. Con esto, apuntó que al parecer también respecto al dinero, lo mejor es la moderación.
Pero para entender verdaderamente la felicidad, necesitamos entender al ser humano. Es preciso profundizar en una antropología filosófica sobre nosotros mismos para poder concretar en qué puede consistir nuestra felicidad. Aristóteles tiene claro lo que diferencia al ser humano de otras criaturas: su carácter racional y espiritual, lo cual ya sugiere que sin un adecuado cultivo de estas dimensiones de la persona, no se podrá alcanzar la felicidad plena. Según Marcos, el sabio griego indica que se deben cultivar hábitos que nos lleven a la virtud en estas dimensiones del ser humano.
Sin embargo, Aristóteles también es realista al destacar que no se debe olvidar la naturaleza “animal” del ser humano y su carácter social. Es decir, la vida contemplativa no puede serlo todo. Para alcanzar la felicidad es imprescindible un grado de bienestar físico previo, así como un entorno familiar y conciudadano agradable. No obstante, estas tres dimensiones (física, social e intelectiva), no deben estar simplemente yuxtapuestas, sino conjugadas armoniosamente.
En opinión de Alfredo Marcos, este marco aristotélico de la felicidad podría encaminar el concepto de Desarrollo Humano expresado por el IDH de forma que complemente mejor al de Desarrollo Sostenible y, con ello, orientar las decisiones necesarias en materia ambiental y de lucha contra el cambio climático.