lunes, 23 de abril de 2018

Seminario "Felicidad Sostenible"

El profesor Alfredo Marcos (Universidad de Valladolid) participó el jueves 19 de abril en el Ciclo de Seminarios Sobre Ética Ambiental con la conferencia “Felicidad Sostenible”. El Catedrático de Filosofía comenzó su intervención lanzando al aire la pregunta “¿es posible la sostenibilidad sin felicidad?”, como antesala de lo que sería la disertación posterior cuya síntesis también adelantó: en el contexto actual, difícilmente podremos abordar los problemas ambientales sin entender qué es el ser humano y qué es una vida feliz.

El ponente comenzó repasando la evolución histórica del concepto de desarrollo económico y crecimiento, para pasar después a explicar el nacimiento, en los años setenta del pasado siglo, del concepto de desarrollo sostenible como solución a las tensiones que podrían generar el desarrollo/crecimiento clásicos. Sin embargo, en su opinión, este concepto no resulta del todo válido para orientar la toma de decisiones, en tanto que está referido a las necesidades de las generaciones futuras. Y ocurre que existe una enorme dificultad para averiguar estas necesidades, pues dependen en gran medida de cómo evolucione el cambio tecnológico, a la par que la cultura, la demografía, la propia situación ambiental, etc. Todos estos factores y otros modifican nuestras necesidades actuales y modificarán las necesidades de las futuras generaciones, de forma que hoy por hoy no resultan predecibles. Según este escenario, no es posible tomar decisiones que garanticen la satisfacción futura de dichas necesidades.

Continuando con su argumentación, planteó la primera propuesta para solventar este escollo, que consistiría en complementar el Desarrollo Sostenible con el concepto del Desarrollo Humano, cuantificado por el Índice de Desarrollo Humano (IDH). Este índice, que añade a la tradicional medida del Producto Interior Bruto otras como la esperanza de vida, salud, educación e igualdad, se orienta a mejorar las capacidades actuales de las personas. Pone en el centro al ser humano actual (y no tanto a las futuras generaciones), en el sentido de evaluar en qué medida puede realizarse con libertad y elegir su destino.

Sin embargo, en este punto se plantean otras disyuntivas. Suponiendo que vivimos en un país con un Índice de Desarrollo Humano elevado, Marcos se pregunta hacia dónde debemos apuntar con nuestras expectativas: ¿placer, dinero, fama, reconocimiento, virtud, sabiduría…? Aquí podrían barajarse diferentes visiones o teorías sobre la felicidad, e incluso es posible que alguna no resultase compatible con la sostenibilidad (por ejemplo, si todas las personas tuvieran como objetivo prioritario para su felicidad acumular toda la riqueza posible). Por este motivo, después de que el Desarrollo Sostenible es complementado con el Desarrollo Humano, debe añadirse una teoría de la felicidad.

Siguiendo las enseñanzas de Aristóteles, la felicidad es una actividad, no es un estado momentáneo, ni una sensación. Es una actividad continuada, una vida plena, estable aunque sujeta a vicisitudes (azar, destino). Pero, ¿en qué consiste? ¿Cuál es el contenido de esta actividad continuada que denominamos felicidad? La teoría aristotélica nos da pistas, como por ejemplo que la felicidad es un fin que se persigue por sí mismo, mientras que otras cosas que algunas personas consideran fines (el dinero, la fama… incluso la salud), en realidad son solo medios para alcanzar otro fin, que sí puede ser denominado felicidad.


Por otro lado, también destacó el famoso “término medio” aristotélico, en el sentido de buscar la moderación en todos los ámbitos de nuestra vida. Y retomando el IDH, mostró en un gráfico cómo algunos estudios demuestran que, por encima de ciertas cantidades económicas (moderadas), un aumento de la renta per cápita no conlleva un aumento igual en el Índice de Desarrollo Humano. Curiosamente, la media de renta en la que el gráfico muestra un área de inflexión, se parece mucho a la de España. Con esto, apuntó que al parecer también respecto al dinero, lo mejor es la moderación.

Pero para entender verdaderamente la felicidad, necesitamos entender al ser humano. Es preciso profundizar en una antropología filosófica sobre nosotros mismos para poder concretar en qué puede consistir nuestra felicidad. Aristóteles tiene claro lo que diferencia al ser humano de otras criaturas: su carácter racional y espiritual, lo cual ya sugiere que sin un adecuado cultivo de estas dimensiones de la persona, no se podrá alcanzar la felicidad plena. Según Marcos, el sabio griego indica que se deben cultivar hábitos que nos lleven a la virtud en estas dimensiones del ser humano.

Sin embargo, Aristóteles también es realista al destacar que no se debe olvidar la naturaleza “animal” del ser humano y su carácter social. Es decir, la vida contemplativa no puede serlo todo. Para alcanzar la felicidad es imprescindible un grado de bienestar físico previo, así como un entorno familiar y conciudadano agradable. No obstante, estas tres dimensiones (física, social e intelectiva), no deben estar simplemente yuxtapuestas, sino conjugadas armoniosamente.

En opinión de Alfredo Marcos, este marco aristotélico de la felicidad podría encaminar el concepto de Desarrollo Humano expresado por el IDH de forma que complemente mejor al de Desarrollo Sostenible y, con ello, orientar las decisiones necesarias en materia ambiental y de lucha contra el cambio climático.

sábado, 7 de abril de 2018

Superar el paradigma tecnocrático

Sin duda la encíclica Laudato Si' ha sido uno de los documentos vaticanos más leídos y que ha generado más controversia, dentro y fuera de la Iglesia. Curiosamente los más entusiastas del documento no han sido siempre los católicos (que muchos también), sino algunos otros, habitualmente poco cercanos a la Iglesia. Este es, en mi opinión, uno de los grandes méritos de la Encíclica, ya que no cabe duda que el diálogo con el mundo contemporáneo es una prioridad de la Evangelización.
Entre las críticas que se han hecho a la Encíclica (también desde el lado católico) algunos la han acusado de estar en contra del mundo moderno, al criticar al sistema económico y a la tecnología, acusándola de estar detrás de la crisis ambiental actual. Incluso alguna mente un tanto calenturienta ha comparado la Encíclica con la crítica al modernismo de Pio IX.
En mi modesta opinión, la crítica -muy dura, por cierto- que hace la Encíclica al sistema económico y a la mentalidad tecnocentrista no es antimoderna sino más bien al contrario, es postmoderna, porque lo hace no desde la mentalidad de algo que haya que recuperar del pasado, sino de algo que hay que superar del presente para proyectarlo al futuro. El Papa no está recomendando que volvamos a las cavernas, porque sería absurdo y porque, dicho sea de paso, tampoco nuestros antepasados paleolíticos tenían una relación idílica con el ambiente (recordemos las extinciones masivas con la colonización de América hace 10-15.000 años). Lo que el Papa plantea es que el sistema actual tiene muchas deficiencias que no pueden obviarse y que se manifiestan en dos parámetros muy profundamente tratados en la Encíclica: deja fuera del "sistema" a muchas personas y destruye el ambiente, o dicho en una sola frase degrada a la vez a la Naturaleza y a las personas que formamos parte de ella. La tecnología es obviamente una aliada imprescindible del cambio ético que necesitamos afrontar para cambiar nuestra relación con el entorno, pero también puede serlo de quienes quieren seguir manteniendo un modelo que solo beneficia a una pequeña parte de la población mundial. La tecnología en sí es neutra, puede usarse para curar tumores o para destruir ciudades, para comunicar a las personas o para controlarlas, para salvaguardar la vida o para manipularla, haciendo niños, animales o plantas "a gusto del consumidor". Respetar la naturaleza es, en primer lugar, aceptarla tal y como es, admitir que es fruto de una decisión amorosa del Creador, para los que creemos en Dios, o de un conjunto de mutaciones aleatorias: en cualquier caso, no somos quien para manipularla a antojo. El "seréis como Dios" del Génesis tiene aquí un nuevo eco. En un reciente número de la prestigiosa revista Nature se habla de "biología sintética" para identificar el conjunto de técnicas que nos permiten rediseñar seres vivos "para usos prácticos", indica la revista. Yo me pregunto, ¿prácticos para quién? No, desde luego, para los más pobres y vulnerables de la Tierra. Todo el pensamiento trashumanista se viste del prestigio actual de la ciencia para proponer verdaderos disparates éticos, que intentan en última instancia crear seres humanos más "avanzados" que los que la evolución (guiada o no por Dios, no es el caso ahora esta discusión) ha generado naturalmente. ¿Pero quién decide qué es ser "avanzado"? ¿Quién se abroga el papel de creador artificial? Y, sobre todo, ¿quién evalúa los impactos indirectos que tienen esas manipulaciones?
¿Qué significa entonces "superar el paradigma tecnocrático"? A mi modo de ver algo tan sencillo como reconocer que la técnica es un aliado, pero no es una guía ética. No debe hacerse todo lo que puede hacerse, porque la Naturaleza, y las personas como parte de ella, tienen muchas dimensiones y valores que no pueden juzgarse con criterios de eficiencia humana, a corto plazo y para interés individual. Es preciso superar ese paradigma, que el Papa toma en buena parte de la lúcida crítica a la modernidad que ya hizo Romano Guardini a mediados del pasado siglo. Conviene insistir que la ciencia y la técnica, sin guía ética, no necesariamente son beneficiosas. Criticar el modelo tecno-economicista no es estar en contra de la economía o la técnica, sino pedir que ambas sirvan a los intereses de todos los seres humanos, no sólo de unos pocos, y que en última instancia garanticen que el planeta siga siendo un lugar habitable, para nosotros y para otras especies. Por eso, la solución a los problemas ambientales no pasa únicamente por introducir tecnología que reduzca la contaminación del aire y del agua (que obviamente son necesarias), sino por solucionar la actitud de fondo que causa esa contaminación, la de quien piensa que vivimos en un planeta sin límites, hecho para nosotros solos (más bien para ellos solos), y justifica los atentados al medio como un medio para un desarrollo que no deja de ser una versión muy reducida de lo que realmente implica un progreso integral. Por eso, me parece imprescindible entender la conversión ecológica que plantea la Laudato Si' como un concepto muy amplio y hondo, que atañe a todas nuestras dimensiones: corporal, racional y espiritual. Como cualquier conversión esto implica un cambio radical de rumbo, muy bien reflejado en estas palabras del papa Francisco: «La cultura ecológica no se puede reducir a una serie de respuestas urgentes y parciales a los problemas que van apareciendo en torno a la degradación del ambiente, al agotamiento de las reservas naturales y a la contaminación. Debería ser una mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance del paradigma tecnocrático» (LS 111). De nosotros depende que este cambio se produzca, al menos de que se produzca en nosotros mismos.

Por Emilio Chuvieco (11 de marzo de 2018)
http://razonyalegria.blogspot.com.es/

viernes, 6 de abril de 2018

Pasado, presente y futuro del Derecho Ambiental

En la tarde del jueves 5 de abril disfrutamos con la intervención del Catedrático de Derecho Administrativo por la Universidad de La Coruña, D. Francisco Javier Sanz, especialista en Derecho Ambiental y Director del Observatorio del Litoral de dicha universidad.

La conferencia, bajo el título "Pasado, presente y futuro del Derecho Ambiental", comenzó con un repaso a la problemática ambiental de las últimas décadas y el cuestionamiento de las posibles vías para resolverla, de entre las cuales puede destacarse el Derecho Ambiental. Según el ponente, esta disciplina podría definirse básicamente como un conjunto de normas jurídicas que pretenden la protección del medio ambiente y el uso racional de los recursos naturales.

Aunque se podría decir que este tipo de normas vienen aplicándose desde hace siglos, Sanz resaltó figuras como Thoreau (a partir de la obra “Walden”) o John Muir (como pionero en la lucha por la protección de espacios naturales en USA). En sus inicios, predominaban normas de conservación de un estado prístino de los espacios, para pasar después a introducir otros fundamentos en el Derecho Ambiental, como el de mejora y restauración (revertir a estados anteriores, depuración de aguas y suelos…) y el de la utilización racional de los recursos.

En su opinión, algunos factores determinantes del desarrollo del Derecho Ambiental actual han sido: los descubrimientos científicos, las catástrofes naturales, los movimientos ecologistas, la sensibilización ciudadana general, el desarrollo tecnológico y el conocimiento de los efectos globales de la acción del ser humano, entre otros.

Sanz afirmó que en el futuro habrá un Estado Ecológico de Derecho (o Estado Ambiental de Derecho), o no habrá nada, porque el medio ambiente debe introducirse aún más en todas las políticas y sectores, de forma verdaderamente transversal e integral, cosa que aún no se da, y que para ello hace falta un consenso mundial.

El acercamiento a este consenso puede observarse en la propia evolución histórica del Derecho Ambiental. Desde una primera etapa “prehistórica” hasta el Derecho Romano, pasando por etapas más recientes antes y después de la Segunda Guerra Mundial; hasta la etapa actual, que podría denominarse la “Era Ecológica del Derecho”, la cual podría datarse a partir de la Cumbre de Estocolmo sobre Desarrollo Humano en 1972, a la que seguiría Río de Janeiro en 1992 como otro gran hito. Recientemente, desde el acuerdo de París de 2015, también el Derecho se está centrando en los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas, con objeto de integrar las dimensiones ecológica, económica y social.


En el presente, Sanz comentó que tenemos un Derecho Ambiental híper desarrollado, incluso más de lo que es posible aplicar. Así, todo está regulado hasta el más mínimo detalle, pero muchas veces no se aplica o las posibilidades técnicas y económicas restringen mucho su aplicación.

Sin embargo, el ponente quiso destacar que la mayor finalidad del Derecho Ambiental no es la represión o sanción. En primer lugar, está la prevención (normas y procedimientos que eviten daños futuros, como por ejemplo la Evaluación de Impacto Ambiental). También destacó el principio de precaución o cautela (cuando no hay certeza de los posibles efectos adversos, como en el caso de las ondas electromagnéticas de los móviles, o en el caso de los transgénicos). Otro principio es el de corrección en la fuente (como la eliminación de plásticos, cuyas micropartículas se han encontrado ya en todas partes del mundo). Y a todo ello habría que sumar el ya conocido de “quien contamina, paga”, pero principalmente referido a desincentivar actividades que –aunque legales– producen impactos ambientales.

Respecto al futuro, el ponente se mostró optimista frente a los distintos escenarios posibles, rechazando así distopías apocalípticas, en pro de ecotopías donde el respeto y la conservación del medio ambiente estén perfectamente integrados en todos los ámbitos de nuestra vida: el urbanismo sostenible y las infraestructuras verdes, los huertos urbanos, la economía circular, una alimentación más basada en el Slow Food, una mayor responsabilidad ambiental de las empresas, etcétera., donde además el Derecho Ambiental tendrá así mismo un importante papel, menos sancionador, y más preventivo y pedagógico.