jueves, 26 de mayo de 2016

Las galletas y los incendios forestales

Según la teoría del caos casi todo está relacionado con casi todo (aquello del efecto mariposa), así que cuando alguien haya visto este título pensará que voy a hacer un ejercicio de malabarismo causal para relacionar las galletas que comemos con los incendios forestales, pero las dos cosas están mucho más conectadas de lo que parece.
Este pasado verano estuve en un seminario internacional sobre las emisiones producidas por los incendios forestales en Indonesia, uno de los países más afectados y que más afectan a sus vecinos, particularlmente en periodos de inusual sequía, relacionados con el fenómeno del Niño. Este año 2015 ha sido particularmente severo, lo que supuesto una de las peores temporadas de incendios en todo el Sureste Asiático. Todavía no está bien cuantificada la superficie quemada en esos incendios, que principalmente afectan a Sumatra y Borneo, pero sí se sabe que han supuesto la emisión de masivas cantidades de gases de efecto invernadero (principalmente CO2, pero también óxidos de nitrógeno y metano) y de particulas sólidas. Los efectos sobre la población local no se conocen con precisión, pero las estadísticas de muertes causadas por enfermedades respiratorias en la región parecen cifrar las muertes prematuras de población vulnerable en decenas de miles. En la época más álgida de estos fuegos, se han llegado a contabilizar densidades de particulas en el aire 40 veces superiores al límite permitido en Europa. Se queman bosques primarios de gran valor ecológico, muchos de ellos asentados en zonas de turbera, con una gran cantidad de materia orgánica en el suelo, que contribuye todavía más a las emisiones de CO2.
Estos incendios de Indonesia son provocados. Los facilita la sequía, pero los causa la acción humana que tiene por objetivo principal eliminar el bosque nativo para dedicarlo al cultivo de palmas aceiteras (palma africana). Los más perspicaces a estas alturas empezarán a vislumbrar la conexión que les prometía al principio. El aceite de palma es uno de los productos más utilizados en repostería, porque tiene una gran cantidad de grasas saturadas, además de en aperitivos, productos de cosmética y de limpieza. Las grandes compañías que controlan el cultivo y comercialización del aceite de palma promueven la quema de bosques, algunas zonas en concesión del gobierno indonesio y otras muchas aprovechando la debilidad y corrupción de los regidores locales. Además, el proceso también afecta a la estructura social de la región, donde los pequeños agricultores acaban siendo enrolados en esas grandes plantaciones por salarios ínfimos, trastocando sus modos de vida tradicionales.
Así las cosas, decidí este verano dejar de consumir bollería que contenga aceite de palma. La cosa es más complicada de lo que parece, ya que si tenemos la curiosidad de ver los ingredientes de la bollería disponible en nuestro país, comprobaremos con horror que casi toda incluye este aceite. En mi primer análisis tuve que descartar casi todas las marcas de galletas que había consumido hasta ese momento, y quedarme con una de la marca Gullón, que utiliza aceite de girasol, y otra menos conocida de magdalenas que emplea aceite de oliva.
Esto del consumo responsable a veces resulta complicado, pero es nuestra única herramienta contra las corporaciones internacionales: sólo con la presión del consumidor cambiarán sus estrategias productivas. Negar al que obvia las cuestiones ambientales y favorecer a quien las aprecia. Es una pequeña contribución en la línea a la que nos invita el Papa Francisco en la Laudato si: "La paz interior de las personas tiene mucho que ver con el cuidado de la ecología y con el bien común, porque, auténticamente vivida, se refleja en un estilo de vida equilibrado unido a una capacidad de admiración que lleva a la profundidad de la vida" (n. 225)

Emilio Chuvieco Salinero (22/05/2016)
Ver en el blog del autor

viernes, 6 de mayo de 2016

"LAS «BOSQUESCUELAS» LLEVAN IMPLANTADAS CON ÉXITO EN EL NORTE DE EUROPA DESDE HACE MÁS DE 20 AÑOS"

En la tarde de ayer tuvimos la ocasión de escuchar a Odile Rodríguez De la Fuente, quien nos habló de las “Bosquescuelas”, un sistema educativo que la Fundación Félix Rodríguez De la Fuente ha introducido de forma homologada en nuestro país, tomando ejemplo de otros países del centro y norte de Europa, donde este modelo educativo lleva más de veinte años implantado con éxito.

La ponente comenzó su exposición remontándose a los antecedentes que sentó su padre en la forma de relacionarse con la naturaleza, partiendo del hecho de que él mismo no fue escolarizado hasta los 9 años de edad. Hasta ese momento, tuvo una educación y una infancia estrechamente vinculadas al medio natural, lo cual no le impidió sin embargo ser un estudiante talentoso posteriormente.

A continuación, explicó cómo el sistema actual –incluyendo la educación– nos mantiene escindidos de nuestro entorno, lo cual nos causa un enorme vacío y tiene mucho que ver con la crisis actual en sus diferentes dimensiones. También comentó que la fundación que dirige siempre se ha centrado mucho en el trabajo con las personas. El motivo es que, aunque opina que la conservación de especies y espacios es necesaria, la clave está en trabajar la relación que los seres humanos tienen con su medio para encontrar las verdaderas causas de los problemas ambientales y buscar así soluciones.

De ahí que el proyecto de las “Bosquescuelas” encajase perfectamente con la filosofía de la fundación. En este sentido, expresó que frente a la idea de que la mente de los niños es una “hoja en blanco” que hay que llenar con información, ella cree en el desarrollo del potencial que de forma innata existe en todos nosotros.

Indicó que este tipo de educación está avalada por multitud de estudios psicopedagógicos en los que incluso puede constatarse que los niños desarrollan sus competencias igual o más que en los modelos educativos tradicionales.

Respecto al caso concreto de la Bosquescuela de Cerceda, en la Comunidad de Madrid, explicó las características generales, las instalaciones, el horario de actividades habitual de los niños y el enfoque del trabajo de los profesores.

Aunque se dispone de un aula como centro de “reuniones”, la mayor parte de la educación se desarrolla al aire libre. Destacó el hecho de que el entorno natural provee de una diversidad de estímulos que no se encuentran en un aula, siempre cambiantes al compás de las estaciones, lo cual enriquece el desarrollo cognitivo de los niños. Éstos aprenden a trabajar con materiales que encuentran en su entorno (además de otros al uso de los que también disponen).

Sobre las técnicas pedagógicas y otras características diferenciales de este modelo, resaltó que se trabaja por mantener viva la curiosidad innata de los niños, se facilita un alto ratio profesor/alumnos (educación más personalizada), se mezclan los niveles y se mantiene una heterogeneidad de edades, además de potenciar el juego libre (mediante el sistema flow, facilitando un estado de concentración muy alto en los niños).

Para concluir, la invitada explicó que estas técnicas facilitan que los niños ganen en seguridad, creatividad, aprendan a entenderse con los otros y pactar soluciones, a argumentar mejor sus razones para actuar, a resolver problemas, etc.

Al finalizar la exposición hubo un interesante debate sobre las diferencias de este modelo educativo con los tradicionales en el que intervinieron tanto alumnos de ciencias como profesores y maestros de educación infantil y primaria.