martes, 31 de marzo de 2015

Ecología humana

Hace unos días participé en una mesa redonda sobre ética y ecología profunda, en el marco del congreso de la asociación española de educación ambiental. Mis compañeros de mesa intentaron mostrar cómo la educación más auténtica debería tender a cambiar las actitudes y los valores de quienes nos escuchan, haciéndolos más cercanos al Bien, a la Virtud. Esto sirve para cualquier contenido educativo, que no debería sólo informar -dar conocimientos- sino servir de reflexión-conversión personal. En el terreno de la educación ambiental, me parece que esto es especialmente cierto. Si los valores que transmitimos se limitan a que los estudiantes tiren los residuos a distintos contenedores o reduzcan su consumo de agua, estamos -a mi modo de ver- limitando mucho los horizontes de una educación ambiental, que debería más bien orientarse a cambiar la actitud de nuestros alumnos y alumnas hacia el ambiente. Esto requiere llegar a las emociones, pues el ser humano no sólo es razonamiento, también es pasión, corazón, empatía. Si se consigue conectar con ese nivel vital, nuestros estudiantes cambiarán como consecuencia sus formas de vida, tendrán una relación más respetuosa -incluso amorosa- con el medio y encontrarán formas concretas de custodiarlo de una manera más eficaz.

El segundo aspecto relevante en la educación ambiental es reflexionar por qué necesitamos hacer esa conversión y qué marco ético tiene. Para empezar a hablar, necesitamos aclarar qué es exactamente la naturaleza y qué razones de fondo nos llevan a conservarla. Si la naturaleza es todo aquello donde no viven personas, el ser humano debería apartarse del medio como primera medida conservacionista. Si, por el contrario, asumimos que el hombre también es parte del ambiente, su papel es mucho más integracionista. Si asumimos que la Naturaleza es lo que las cosas son -como han sido "diseñadas"-, cualquier alteración injustificada del medio será de principio rechazable. Pero eso aplica no sólo a la Naturaleza externa, sino también a la nuestra, a la humana. En este sentido, me parece clave fomentar los vínculos entre ecoética y bioética, pues a mi modo de ver son parte de lo mismo: de un respeto profundo hacia cómo las cosas son, hacia la ley natural en pocas palabras. En consecuencia, si debe extremarse la precaución para evitar los impactos negativos de manipulaciones genéticas en los alimentos que comemos, también debería hacerse -y con más razón si cabe- para evitar alternaciones de la genética humana: no veo mucho sentido a oponerse al maíz transgénico y admitir a la vez la manipulación de embriones humanos.
Cualquier modificación de la naturaleza acaba teniendo consecuencias, en la erosión del suelo, en la contaminación del agua o del aire, pero también en la ecología humana. Como bien decía uno de los ponentes de la mesa redonda a la que me refería al inicio, el uso masivo de la pildora anticonceptiva tiene efectos perniciosos sobre nuestra fisiología y sobre el ambiente: la diseminación indiscriminada de residuos de estos medicamentos, que no son filtrados por los procedimientos habituales de tratamiento del agua está afectando a muchas especies, además de a la nuestra, con un impacto mucho mayor del habitual de cáncer de útero y otras disfunciones ligadas a ese tratamiento hormonal. No es sólo una cuestión moral, también ambiental, aunque ambas cuestiones -en el fondo- están íntimamente ligadas.

Dr. Emilio Chuvieco (22-03-2015)
Director de la Cátedra de Ética Ambiental
http://razonyalegria.blogspot.com.es/

¿Y cuánto planeta nos queda?

¿Y CUÁNTO PLANETA NOS QUEDA? (I)

Escuché el pasado jueves un seminario en la universidad donde trabajo. El profesor invitado nos hablaba de la creciente disfunción entre los recursos que consumimos y los disponibles en nuestro planeta. Se detenía particularmente en el caso de la energía, mostrando cómo las reservas de combustibles fósiles disponibles son cada vez más remotas y, por tanto, más difíciles y caras de explotar, además de seguir contribuyendo a realzar el efecto invernadero que puede sumirnos en una situación futura de colapso climático.
Coincido en la mayor parte de lo que allí se presentó, pero una vez más tuve la impresión de que la crítica al modelo económico actual no culmina con una propuesta de alternativas realistas. Estoy convencido de que este modelo económico y social es inviable, tanto ambientalmente como humanamente: ni es amigable con la Tierra, ni con nosotros mismos (en el fondo las dos cosas van de la mano). El problema que siempre me planteo al leer o escuchar hablar de estos temas es qué hacer al respecto. Me parece que las propuestas que se plantean no son viables por ser, a mi modo de ver, simplistas, utópicas o inhumanas. Resumiendo las cosas, me parece que las alternativas que suelen plantearse van en las siguientes direcciones (no necesariamente contrapuestas, a veces inclusivas):
1. Cambiar el sistema económico capitalista por otro, pero no se sabe bien cuál, pues obviamente el sistema marxista no sólo ha sido nefasto para la libertad de las personas, sino también ha llevado consigo daños ambientales descomunales (basten de ejemplo, entre otros miles, Chernobyl o la presa de las Tres Gargantas). ¿Hay algún sistema económico realmente alternativo al capitalismo? ¿Cuándo se habla de capitalismo, se habla del capitalismo financiero, del de mercados, del social, del de estado, o simplemente se está uno refiriendo al egoísmo-avaricia que guía muchas veces el sistema económico actual?
2. Volver al periodo pre-industrial, en donde supuestamente nuestro impacto en los recursos era menor. Me temo que esto es recuperar el "mito del buen salvaje", algo trasnochado ya. Evidentemente los pueblos indígenas aportan un tesoro invalorable de sabiduría del que debemos aprender, además de respetar sus formas de vida, particularmente frente a la agresión de quienes vulneran sus derechos de tierra, pero creo que no tiene sentido plantear un retorno del tiempo. Además, no seamos simplistas: el equilibrio de las sociedades pre-industriales con el ambiente también ha tenido momentos de crisis, como documentan algunos especialistas (extinción de grandes mamíferos en América tras la entrada de las primeras poblaciones humanas, colonización de Oceanía, final de la cultura Maya...).
3. Eliminar población. Si el problema es un consumo excesivo de recursos, la solucion pasaría por eliminar a las personas que los consumen. Esto es lo que se conoce como ecologismo antihumanista. Alguien tan estimado como Jacques Cousteau llegó a afirmar que: "La población mundial debe estabilizarse, pero para lograr esto tendríamos que eliminar a 350.000 personas cada día. Es un planteamiento tan horrible que no deberíamos ni mencionarlo. Pero la situación en la que nos encontramos es lamentable". Los partidarios de esta postura no dicen, claro está, como hacerlo, ni a quien eligirían para acumular esa cifra. Además, suele responsabilizarse del crecimiento mundial de la población a los países en desarrollo, que tienen tasas más altas de natalidad, pero naturalmente no dicen nada de los recursos que utilizan ellos, frente a los que usamos en países desarrollados. Si comparamos la huella ecológica de India y EE.UU., por ejemplo, la población de este último sería equivalente a casi tres veces la de la India, que tiene cuatro veces más población en números absolutos.
¿Qué hacer entonces? Permitidme el suspense, pero como la entrada me ha quedado un tanto larga, me reservo para aportar algunas ideas sobre la "conversión ecológica" que esta sociedad necesita en la siguiente.

Dr. Emilio Chuvieco (01-02-2015)
Director de la Cátedra de Ética Ambiental
http://razonyalegria.blogspot.com.es/


¿Y CUÁNTO PLANETA NOS QUEDA? (II)

Comentaba en mi entradade la semana pasada que vivimos en una crisis ambiental ante la que no caben soluciones fáciles o pasajeras. Cuando hay crisis económica, aunque sea tan profunda como la nuestra, los efectos se notan enseguida, y la tentación es optar por soluciones rápidas que no van al fondo del problema porque el fondo requiere cambios de mucho más calado. En el caso de la crisis ambiental, mucho más profunda que la económica, los efectos no se observan a corto plazo, sino en tendencias mucho más largas, que a veces se nos escapan, y sólo somos conscientes cuando ocurren de modo catastrófico (inundaciones, olas de calor o de frío, sequías extremas....). Lo más grave de la crisis ambiental es que cuando sea tan evidente que todos la observen, será demasiado tarde para actuar. Como las potenciales consecuencias son muy graves (por ejemplo, si el deshielo creciente de Groenlandia fuera completo se incrementaría el nivel del mar siete metros, lo que supondría la anegación de ciudades en las que hoy viven miles de millones de personas), es preciso tomar medidas serias y de largo plazo, aplicando simplemente el principio de precaución. El problema está precisamente en cuáles son esas medidas, el diagnóstico está ya bastante claro, pero el tratamiento nos resulta tan "doloroso" de aplicar que acabamos por enterrar la cabeza como el avestruz.
Naturalmente que no tengo la solución mágica a una crisis que se ha gestado en cientos de años y se acelera en las últimas décadas, pero sí me parece obvio que cualquier medida que apliquemos no será eficaz si no cambiamos nuestra actitud a la naturaleza. Hemos vivido milenios pensando que el ambiente es simplemente una fuente de recursos, una despensa que basta usar a placer y que se recompone automáticamente. Ahora nos damos cuenta que la despensa empieza a estar vacía y que algunos de los recursos allí almacenados no tienen aspecto muy saludable. Me parece que el problema no se arregla sólo consumiendo menos y reponiendo más en la despensa, sino más bien empezando a considerar que esa despensa también es el lugar donde vivimos, nosotros y quienes vendrán, además de ser nuestro mejor teatro, que nos enriquece el espíritu; nuestra más refinada escuela, donde aprendemos a vivir con los demás y nosotros mismos; nuestro mejor templo, donde contemplamos vivamente las obras de Dios, y nuestro hospital más eficaz, ya que nuestra salud depende de la salud del entorno. En suma, me parece que la crisis ambiental sólo se resolverá cuando empezamos a considerarnos parte de la naturaleza y no solo usuarios o habitantes extraños. Tenemos muchas razones para hacerlo, en bien de nuestros congéneres,  de quienes habitarán la Tierra en el futuro, de otras especies, pero también de nosotros mismos. Hemos pagado un alto precio por ausentarnos de la Naturaleza, por vivir de espaldas a ella, por olvidarnos que nosotros también somos Naturaleza, y que la felicidad última consiste en vivir en armonía con lo natural y con nuestra naturalidad, en seguir lo que somos en lugar de inventarlo, de convertirnos en máquinas. Buscamos la felicidad en cosas cada vez más esotéricas, pero me parece que la felicidad es mucho más accesible, basta buscar en nosotros mismos y descubrir lo que somos, procurando que nuestra vida sea cada vez un mejor reflejo de lo que está llamada a ser.

Dr. Emilio Chuvieco (08-02-2015)
Director de la Cátedra de Ética Ambiental
http://razonyalegria.blogspot.com.es/

La felicidad sólo es real cuando se comparte

En el marco de un ciclo de cine sobre ética ambiental que he organizado desde la cátedra he podido ver de nuevo la película "Into de Wild", traducida en español como "Hacía rutas salvajes". Basada en una historia real, cuenta la trayectoria vital de un jóven norteamericano, Christopher McCandless, que decepcionado por el ambiente familiar y educativo en el que vive, decide dejar todo e iniciar un viaje que le acabará llevando a Alaska, que anhela como el único destino donde finalmente encontrará la felicidad. En ese viaje, Chris tropieza con diversos personajes que le ofrecen la amistad y el cariño que había añorado en su ambiente, pero prefiere no comprometerse con ninguno y continuar su viaje hasta los parajes más solitarios de Alaska. Tras el encuentro con la belleza y la soledad de un entorno natural que le fascina y que parece confirmar esa felicidad perfecta, comienza a descubrir las limitaciones del entorno y las propias para adaptarse a un paisaje muy bello pero también muy hostil.  El final resulta trágico, pues cuando se convence que la felicidad no está tanto en el exterior sino en su propio interior y decide volver, se encuentra con la insalvable barrera del río en crecida. Mermadas sus escasas provisiones y en periodo difícil de caza, acaba moriendo famélico e intoxicado por unas plantas que confunde con patatas silvestres. 
La película sugiere muchos temas, sirve de reflexión sobre el sentido último de la vida, la búsqueda de la felicidad que todos añoramos, las relaciones humanas, nuestra relación con el entorno... Somos seres sociales y necesitamos a los demás, aunque el protagonista parece no darse cuenta hasta que es demasiado tarde. Sin duda me quedo con la última frase que escribe en su diario: "La felicidad sólo es real cuando se comparte". ¿Quiere esto decir que sólo podemos ser felices cuando estamos con alguien, que la soledad no es fuente de gozo, o incluso que sólo somos felices cuando lo comunicamos a los demás? En mi opinión, lo mas hondo de esa frase es que la felicidad no puede empezar y terminar en nosotros mismos; dicho de otra forma, que sólo quien se abre a los demás puede ser realmente feliz. Quien busca la felicidad sólo para sí mismo, en sí mismo, consigo mismo, seguramente acabará infeliz. La soledad es necesaria en momentos, necesitamos la paz interior que sólo da el silencio, pero es un estado transitorio. ¿Pueden ser felices los ermitaños, quienes eligen vivir solitariamente? Creo que sí, pero no porque vivan solos, sino porque viven con Dios, en Dios, si El les llama por ese camino, que no es naturalmente el de la mayor parte. No es lo mismo vivir solo que ser solitario, no es lo mismo buscar la soledad para remansar nuestro espíritu que buscarla por comodidad o egoísmo. Hay algo de nosotros que está inacabado y necesitamos a los demás para completarlo, primero en nuestro espíritu, en el trato de intimidad con Dios, luego en quienes Dios nos pone cerca. De su felicidad depende la nuestra, de nuestro empeño por hacerles felices, nuestro propio gozo. La generosidad abona la alegría, el egoísmo la neutraliza. 

Dr. Emilio Chuvieco. 07-12-2014
Director de la Cátedra de Ética Ambiental
http://razonyalegria.blogspot.com.es/

martes, 17 de marzo de 2015

Participación en el V Congreso Internacional de Educación Ambiental

La semana pasada se celebró en Madrid el V Congreso Internacional de Educación Ambiental, organizado por la Asociación Española de Educación Ambiental, con esta cátedra como entidad colaboradora. El sábado día 14 tuvo lugar un panel de expertos titulado “Ecología profunda, ética y educación ambiental”, en el que participaron D. Josep María Mallarach, miembro de las Comisiones de Áreas Protegidas y de Políticas Ambientales de la UICN, D. Pedro Burruezo, director de la edición para España de la revista The Ecologist, y D. Emilio Chuvieco, Director de la Cátedra de Ética Ambiental FTPGB-UAH.


Los ponentes reflexionaron sobre la relevancia en nuestros días de los preceptos de la corriente denominada como Ecología Profunda, de cara a acometer de forma realista los problemas ambientales del mundo de hoy. En este sentido, es esencial una reflexión sobre las verdaderas causas de los problemas, y no dedicarse únicamente a paliar los síntomas o consecuencias sobre el entorno. Entre las causas que se mencionaron, destacan el excesivo antropocentrismo, el racionalismo, el mecanicismo, el consumismo, el individualismo y el desarrollismo basado en la errónea idea del crecimiento ilimitado. Aunque los ponentes también puntualizaron que habría que matizar algunos preceptos de la Ecología Profunda, como por ejemplo el referido a la población mundial. En este sentido, desde la mesa se afirmó que la solución no es la reducción de la población, sino la reducción del consumo. Si bien la Ecología Profunda indica que todos los seres vivos tienen valor y derecho a la vida, hay que tener en cuenta que el ser humano tiene mayor valor, pero también mayor responsabilidad, con lo cual su papel en la resolución de los problemas ambientales es central, como es obvio.

Respecto a la relación entre la ética y la educación ambiental, también se destacó que es necesario profundizar en una educación que trate de emocionar, de contar no sólo con la parte racional del ser humano, sino sobre todo con su parte espiritual. Son necesarias experiencias memorables, que conmuevan y de este modo supongan cambios profundos en los seres humanos sobre todo desde el corazón, sin negar la necesaria parte racional del proceso educativo. Es de especial interés que estos nuevos lenguajes educativos apelen a facultades humanas como la inteligencia emocional y la inteligencia espiritual.

A este respecto, se resaltaron las aportaciones que pueden hacer las tradiciones religiosas de la humanidad, en tanto recogen una visión sagrada de la naturaleza, y ponen por delante de todos los derechos que podemos tener, nuestro deber como custodios responsables del mundo. En las últimas décadas, tanto desde la filosofía como desde las religiones mayoritarias a nivel mundial, se ha producido un acercamiento hacia los problemas ambientales, realizándose aportaciones que también deberían servir para enriquecer la positiva labor que desde la educación ambiental se ha venido desarrollando.

Por otra parte, la participación de la cátedra en el congreso también se completó con la presentación de una comunicación referente al estudio recientemente finalizado sobre "Valores y enfoques ambientales en la enseñanza secundaria obligatoria a través de los libros de texto", promovido desde esta cátedra con la participación de diversos profesionales.


viernes, 13 de marzo de 2015

"ESTAMOS EXPERIMENTANDO UN PROGRESO HACIA LA INSOSTENIBILIDAD"

El pasado jueves 12 de marzo participó en el ciclo de Seminarios Sobre Ética Ambiental el Dr. Josep María Mallarach, miembro de las Comisiones de Áreas Protegidas y de Políticas Ambientales de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). En su conferencia, titulada "¿Por qué son relevantes los valores culturales y espirituales en la protección del medio ambiente?", comenzó planteando la crisis global que enfrenta la humanidad, que no es sólo económica o ecológica, sino también social, cultural y espiritual, caracterizada por una fuerte pérdida de valores.

Tras discutir sobre el origen en tiempo y lugar de esta crisis, expuso que todas las perspectivas negativas que se han estudiado por los distintos organismos internacionales al parecer siguen su curso. Hasta el momento, ninguna ha podido ser revertida, lo cual nos conduce a un “progreso hacia la insostenibilidad”. 

El ponente hizo así mismo hincapié en la importancia que para revertir este proceso tiene el aspecto religioso, dado que aproximadamente el 85% de la humanidad practica alguna religión y todas tienen componentes éticos que plantean cómo debe ser el comportamiento virtuoso del ser humano con sus semejantes y con la naturaleza. Resaltó el hecho de que en todas las cosmovisiones tradicionales la naturaleza siempre ha tenido valor intrínseco y nunca se ha considerado como un mero recurso, visión ésta que caracteriza la sociedad occidental aproximadamente desde el siglo XVIII y que ha desprovisto a la naturaleza de todas sus dimensiones salvo la material, la única mensurable y comercializable.

Planteó también cómo este reduccionismo nos está haciendo perder la posibilidad que nos brinda la naturaleza de satisfacer no sólo nuestras necesidades materiales, sino otras más profundas. Ocurre que esa dimensión material es limitada, pero otras como la dimensión espiritual son ilimitadas y son las que nos hacen verdaderamente humanos. 
Finalmente, el ponente expuso cómo actualmente se está experimentando un redescubrimiento de los valores insertos en las distintas tradiciones religiosas, con el objetivo de buscar ciertos valores universales, compartidos por todos, que nos ayuden no sólo en la conservación del medio ambiente, sino también a llevarla a cabo dentro de una vida plena. Para ello, Mallarach considera que hay que redefinir la idea de “progreso”, hasta ahora mal entendida, y buscar un verdadero progreso que sea beneficioso tanto para la humanidad como para la biosfera, y que tenga en cuenta todas las dimensiones del ser humano.