viernes, 28 de abril de 2017

Trump y el cambio climático

Esta semana el presidente Trump nos volvía a aturdir con su verborrea "antisistema" a la vez que firmaba un decreto que echaba por tierra los compromisos de EE.UU. en la lucha contra el cambio climático. Mejor sería decir los compromisos del gobierno federal de EE.UU., por que estoy bastante seguro que muchos gobiernos estales y locales van a seguir tomándose en serio este problema ambiental. Al margen de la gravedad de la cuestión, la actitud de Trump y de quienes le rien las gracias resulta sonrojante. Que un compromiso firmado por 200 países del mundo se pretenda ahora obviar precisamente por el país más rico del mundo y el que más ha contribuido históricamente al problema es realmente vergonzoso. Apartarse unilateralmente de un acuerdo internacional que tu país 
ha firmado es, cuando meno,s una actitud muy poco solidaria. Si además se hace en nombre de una supuesta recuperación de la economía nacional, precisamente en el país más rico del mundo, es moralmente impresentable. Si encima lo hace oponiéndose a la inmensa mayoría de la comunidad científica de su propio país, que le informa de la gravedad del problema y de los impactos que ya está teniendo sobre su propia economía, resulta de una estupidez proverbial.

Es una pena que el cambio climático se haya convertido en un tema partidista en EE.UU., quizá como fruto de un activismo desmedido de quien fuera candidato a la presidencia de uno de los dos grandes partidos. Lo que debería ser una cuestión científica, acaba convirtiéndose en un campo para la pelea ideológica, y para el "tu quitas y yo pongo, o viceversa" de los vaivenes políticos. Un problema global debería enfrentarse globalmente, no ya solo entre los distintos partidos de un país, sino en la comunidad de naciones. Para eso se firmaron los tratado internacionales de cambio climático, de biodiversidad y de desertificación en la cumbre de la Tierra de 1992. Rechazar los acuerdos por los intereses nacionales, muy discutibles por otra parte, suena mucho a egoísmo nacionalista, a egoísmo además miope, porque fomentar la industria del carbón o del resto de los combusibles fósiles en EE.UU. no ayuda nada a la innovación tecnológica, que en cambio está directamente ligada a las energías renovables.

Llevo ya varios años dando conferencias sobre cambio climático, la última esta semana en Avila. Para mi el asunto, dentro de la complejidad de cualquier tema científico, es bastante claro. Un elemental principio de precaución lleva a adoptar medidas contundentes que casi nadie está abordando. No nos queda mucho tiempo. Comentaba en mi última intervención sobre este tema que cuando el cambio climático sea evidente a todo el mundo, será demasiado tarde. Entonces los escépticos (permitanme la profecia, pero eso ocurrirá en menos de 10 años) sugerirán medidas de geoingeniería: reducir artificialmente la temperatura terrestre oscureciendo la luz del sol. Económicamente es más rentable que cambiar nuestra economía carbónica, pero ambientalmente las incertidumbres son inmensas y puede acabar en un desastre planetario, quizá en una nueva glaciación. ¿Por qué no tomamos las medidas ahora? ¿Seremos tan cortoplacistas para relegar la solución de los problemas a nuestros descendientes? ¿Es justo que queramos usar desmesuradamente los recursos del planeta para dejar a quienes vengan después las consecuencias de unos estilos de vida insostenibles?

Emilio Chuvieco (2 de abril de 2017)
Director de la Cátedra de Ética Ambiental "Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno - Universidad de Alcalá".

Sobre qué opinamos

Estuve ayer en una tertulia en casa de un buen amigo que organiza estos eventos desde hace algunos años. Me invitaron a hablar sobre el Cambio climático. La asistencia me sorprendió. Se vé que este amigo tiene muchos y buenos amigos, que convirtieron el evento en una agradable experiencia, mucho más nutrida de lo que pensaba inicialmente y con un ambiente excelente.

Intenté exponer los conocimientos cientificos que sobre esta cuestión existen actualmente, mostrando con diversas fuentes que considero de completa confianza (centros meteorológicos de EE.UU. y Europa, NASA, ESA, revistas científicas de indudable reputación), que se trata de un asunto serio, donde las convergencias son cada vez más claras y los impactos previsibles muy poco halagüeños. Requiere a mi juicio, por tanto, tomar medidas más contundentes para mitigar la principal causa de ese calentamiento del planeta, reduciendo la emisión de gases de efecto invernadero y potenciando a la vez los sumideros naturales (bosques y océano).

No voy a resumir la larga discusión que tuvimos tras mi intervención. Simplemente me llamó la atención como, tras los abundantes datos que ofrecí a los asistentes, seguía habiendo algunas personas -afortunadamente una minoría- que desconfiaba de todo lo que les había dicho: seguían pensando que el cambio del clima no es significativo o que no se debe a causas humanas, o que no hay necesidad de tomar medidas porque ya somos lo suficientemente listos para arreglar el problema cuando se ponga más serio. Me llamó la atención que los que dudaban de la existencia del problema o de su seriedad usaban argumentos que poco tenían que ver con los que yo había presentado, escudándose en desinformaciones de los medios (ciertamente muy poco certeros cuando hablan de temas científicos), o en fuentes de dudosa confianza, o incluso en la famosa teoría de la conspiración izquierdosa-ecologista-masona que pensé era un argumento encerrado en el baúl de los recuerdos.
Ciertamente todas las opiniones son respetables y todo el conocimiento científico está sujeto a la revisión de los nuevos datos o nuevas interpretaciones congruentes con ellos, pero poner en el mismo plano a los especialistas que dedican la mayor parte de su tiempo y energías a estudiar estas cosas a fondo y a quienes disfrutan con comentarios de pasillo, me parece que no ayuda nada al debate sobre cuestiones fundamentales: cambio climático, células madre, biotecnologia, transhumanismo, energía, inmigación, etc.

Escribo esta entrada no tanto por la cuestión en sí -que es indudablemente relevante- sino porque me parece que se trata de una tendencia bastante extendida en esta "sociedad de la información". El acceso a la información en internet es una estupenda realidad, pero no es fácil discernir bien las fuentes. Uno puede encontrar opiniones dispares sobre cualquier asunto, pero no puede fiarse obviamente de todo lo que se "cuelga" en la red. Hay análisis basados en fuentes serias, en otras menos serias y en otras que no merecen más crédito que el anecdótico. Naturalmente cuando uno no es experto en algo, lo mejor es fiarse de los que lo son, o al menos de quienes trabajan en instituciones de prestigio o tienen como misión el trabajo en esa determinada cuestión. Sobre el cambio climático la información es bastante abrumadora y la proveniente de esas fuentes fiables (centros meteorológicos, universidades de primera nivel, revistas de alto impacto, academias de la ciencia,...) apuntan claramente en la misma dirección.

Emilio Chuvieco (21 de enero de 2017)
Director de la Cátedra de Ética Ambiental "Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno - Universidad de Alcalá".

Consumo responsable

Nuestra sociedad asume que las cosas deben funcionar, y si no es el caso busca a alguien a quien pueda hacer responsable, particularmente si se trata de políticos, que parecen llamados a arreglar todos los problemas cotidianos. Ser responsable es tener la capacidad de responder, se supone que ante algo que hemos podido decidir previamente. No es responsable quien no decide libremente, ya sea porque no actúa con verdadero conocimiento, ya porque sea obligado a hacer algo que no quiere hacer, o ya porque tenga sus facultades mentales enajenadas.

Ser responsable, en pocas palabras, es asumir las consecuencias de nuestras decisiones. Con cierta frecuencia tendemos a pensar que otros son responsables de los problemas que encontramos, y en menos ocasiones se nos ocurre reflexionar sobre qué grado de responsabilidad tenemos nosotros. Hacer tiempo me comentó un amigo que "si no eres parte de la solución, es que eres parte del problema". De algunos problemas somos poca parte, ciertamente, pero de otros -yo diría que de la mayor parte- siempre podemos hacer algo que contribuya, aunque sea livianamente, más a la solución que al problema.

La mayor parte de las personas están de acuerdo con preservar la naturaleza, con reducir nuestro impacto sobre la misma, pero la mayor parte no ven la conexión de esa actitud con lo que hacen todos los días. Ahí entra el concepto de consumo responsable que es, ni más ni menos, dar respuesta de qué hacemos para cumplir nuestras necesidades vitales. Hay muchas maneras de consumir. La más frecuente es la que busca tener más cosas, aunque no esté claro para qué sirvan, o sirvan más bien para poco o por poco tiempo. El consumo responsable -ahora me centraré en su aspecto ambiental- lleva a la práctica esa motivación conservacionista, y procura aplicar los tres principios basicos de la excelencia ambiental: reducir, reutilizar y reciclar, a los que yo añado otras dos "r": restaurar y re-educar. El consumo responsable supone consumir menos, ya sea porque reducirmos nuestras necesidades o porque re-utilizamos lo que de otro modo consideraríamos obsoleto. No nos hace falta tener tres móviles, aunque sean malos, ni tener el último cachivache que haya producido la tecnología: no nos hace más felices y crea mayor tensión en los recursos del planeta. Lo mismo cabe decir de cualquier otra cosa que consumimos, desde la comida hasta la ropa, pasando por el transporte o la diversión.

¿Que requiere ser responsables en nuestro consumo? Dos cosas sencillas, tener la motivación que nos lleve a ejercer nuestro derecho a no consumir o a hacerlo de otra forma, y tener el conocimiento para que esa forma alternativa sea más sostenible ambientalmente. A eso me referiré a continuación.

Decía que ser responsable puede resumirse en ser consciente del impacto que tienen nuestras decisiones. Aplicado a nuestro consumo, ser responsable conlleva darnos cuenta de los efectos que tienen nuestros hábitos de comida, de transporte, de vestido, de diversión y de cualquier otra actividad que nos lleva a comprar cosas. Todo lo que consumimos requiere una cierta cantidad de energía y materias primas, de trabajo e inventiva humana, y todo en consecuencia tiene un impacto ambiental y social. Según sea nuestro consumo, esas repercusiones pueden ser más o menos dañinas sobre el medio y las personas. Habitualmente no somos muy conscientes de esas repercusiones, ya que nos falta información para calificar las cosas que consumimos. Hay algunas excepciones, como los electrodomésticos (que suelen ya tener una etiqueta que identifica su eficiencia energética) o los automóviles (que nos informan del consumo de combustible), pero en otros muchos aún hay bastante por hacer. Para remediar esa carencia, distintas iniciativas intentan informar al consumidor de los productos que consume. Me parece de especial interés la realizada por la organización goodguide (http://www.goodguide.com/) que puntúa más de 250.000 productos vendidos en EE.UU. en función de los aspectos sociales, ambientales y de salud que implica su producción y distribución.

En esta línea desde la cátedra de ética ambiental de la Universidad de Alcalá, estamos intentando promover el etiquetado energético de los productos alimenticios en nuestro país, de tal forma que el consumidor pueda tener información adicional sobre un aspecto relevante de los productos que consumimos. En estos días se celebra una nueva cumbre del tratado de cambio climático de la ONU, que debería comenzar a poner encima compromisos concretos para reducir nuestras emisiones de gases de efecto invernadero. Las decisiones deberían ser muy amplias y muy contundentes, dada la gravedad de los impactos que ya tiene, y puede tener mucho más, el calentamiento terrestre. Una de esas medidas es que el consumidor sea consciente de las emisiones que ha generado un producto y que eso le sirva como elemento de juicio para comprarlo o no, o para elegir una alternativa más eficiente energéticamente. El cambio climático no va a modificarse drásticamente porque nuestro consumo sea más responsable, pero me parece muy relevante que cada uno se posicione ante un problema que nos afecta a todos y haga lo que esté en su mano para resolverlo. Además del impacto directo que esas actitudes tienen, también servirá para extender esa preocupación a nuestro entorno y para exigir a nuestros líderes politicos o económicos que vayan en la misma dirección. Esto es, en pocas palabras, un ejemplo de lo que significa ser parte de la solución o ser parte del problema.

Emilio Chuvieco Salinero (20 de noviembre de 2016)
Director de la Cátedra de Ética Ambiental "Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno - Universidad de Alcalá"

miércoles, 19 de abril de 2017

Hacia una gestión positiva de los conflictos socio-ambientales

El pasado 6 de abril tuvimos como invitado en los Seminarios Sobre Ética Ambiental a Antonio Ruiz Salgado, Doctor en Derecho, especializado en Derecho Administrativo Ambiental y análisis de políticas públicas ambientales, quien tiene una gran experiencia en procesos de mediación en conflictos socioambientales.

La conferencia estuvo dividida en tres bloques principales: 1) concepto de conflicto y conflicto socioambiental, 2) características de los conflictos socioambientales, 3) gestión positiva de los conflictos.

En el primer bloque el ponente introdujo a los asistentes el concepto de conflicto, valiéndose de ejemplos recientes de conflictos socioambientales acontecidos en España. En su opinión, para empezar hay que diferenciar entre un problema ambiental y un conflicto, dado que el primero no siempre tiene porqué llevar al segundo, si se sabe gestionar. Sin embargo, ocurre que todos los conflictos ambientales son a la postre conflictos sociales, y en una sociedad compleja como la actual, los distintos actores sociales tienen visiones de los problemas ambientales muy diferentes, a veces radicalmente opuestas. Estas visiones, en ocasiones están tan arraigadas que se podrían denominar “creencias”, máxime cuando afectan a valores profundos. Ello influye de modo determinante en cómo se aborda un problema ambiental que afecta a distintas partes, pues de cómo se percibe el problema dependen en gran medida los medios que se consideran más adecuados para su resolución.



Respecto a las características principales de un conflicto socioambiental, además de ser un tipo particular de conflicto social en el que, como ya se ha indicado, tienen gran relevancia los valores y creencias, cabe destacar que suelen afectar a bienes colectivos y generarse en torno a los recursos (por el acceso a los mismos, por problemas de contaminación/residuos u otras externalidades). En un conflicto socioambiental, la clave es el contexto del problema, que admite una pluralidad de perspectivas enorme, y a menudo está lleno de complejidad e incertidumbre (sobre el propio problema y la información disponible, sobre las posibles consecuencias, etc.). La multiplicidad de actores -incluyendo a los poderes públicos- es otra característica fundamental, teniendo en cuenta además que los conflictos suelen darse a distintas escalas (intrapersonal, interpersonal, intragrupal, intergrupal…).

Finalmente, respecto a la gestión positiva de conflictos, Ruiz Salgado opina que hay que trabajar en el entendimiento del conflicto, pues en función de cuál sea la visón del mismo que las distintas partes tengan, sus reacciones ante el mismo serán a su vez contrapuestas. También hay que tener en cuenta a la otra parte, sus visiones e intereses (algo que parece muy obvio pero rara vez se da plenamente). Por otro lado, la comunicación entre las partes es un aspecto esencial en el conflicto, por lo que hay que evitar el lenguaje agresivo, y siempre que sea posible facilitar el contacto personal, ya que el mejoramiento y fortalecimiento de las relaciones es crucial. Además de la mediación, son interesantes los mecanismos de participación y deliberación.