Según la teoría del caos casi todo está relacionado con casi todo (aquello del efecto mariposa), así que cuando alguien haya visto este título pensará que voy a hacer un ejercicio de malabarismo causal para relacionar las galletas que comemos con los incendios forestales, pero las dos cosas están mucho más conectadas de lo que parece.
Este pasado verano estuve en un seminario internacional sobre las emisiones producidas por los incendios forestales en Indonesia, uno de los países más afectados y que más afectan a sus vecinos, particularlmente en periodos de inusual sequía, relacionados con el fenómeno del Niño. Este año 2015 ha sido particularmente severo, lo que supuesto una de las peores temporadas de incendios en todo el Sureste Asiático. Todavía no está bien cuantificada la superficie quemada en esos incendios, que principalmente afectan a Sumatra y Borneo, pero sí se sabe que han supuesto la emisión de masivas cantidades de gases de efecto invernadero (principalmente CO2, pero también óxidos de nitrógeno y metano) y de particulas sólidas. Los efectos sobre la población local no se conocen con precisión, pero las estadísticas de muertes causadas por enfermedades respiratorias en la región parecen cifrar las muertes prematuras de población vulnerable en decenas de miles. En la época más álgida de estos fuegos, se han llegado a contabilizar densidades de particulas en el aire 40 veces superiores al límite permitido en Europa. Se queman bosques primarios de gran valor ecológico, muchos de ellos asentados en zonas de turbera, con una gran cantidad de materia orgánica en el suelo, que contribuye todavía más a las emisiones de CO2.
Estos incendios de Indonesia son provocados. Los facilita la sequía, pero los causa la acción humana que tiene por objetivo principal eliminar el bosque nativo para dedicarlo al cultivo de palmas aceiteras (palma africana). Los más perspicaces a estas alturas empezarán a vislumbrar la conexión que les prometía al principio. El aceite de palma es uno de los productos más utilizados en repostería, porque tiene una gran cantidad de grasas saturadas, además de en aperitivos, productos de cosmética y de limpieza. Las grandes compañías que controlan el cultivo y comercialización del aceite de palma promueven la quema de bosques, algunas zonas en concesión del gobierno indonesio y otras muchas aprovechando la debilidad y corrupción de los regidores locales. Además, el proceso también afecta a la estructura social de la región, donde los pequeños agricultores acaban siendo enrolados en esas grandes plantaciones por salarios ínfimos, trastocando sus modos de vida tradicionales.
Así las cosas, decidí este verano dejar de consumir bollería que contenga aceite de palma. La cosa es más complicada de lo que parece, ya que si tenemos la curiosidad de ver los ingredientes de la bollería disponible en nuestro país, comprobaremos con horror que casi toda incluye este aceite. En mi primer análisis tuve que descartar casi todas las marcas de galletas que había consumido hasta ese momento, y quedarme con una de la marca Gullón, que utiliza aceite de girasol, y otra menos conocida de magdalenas que emplea aceite de oliva.
Esto del consumo responsable a veces resulta complicado, pero es nuestra única herramienta contra las corporaciones internacionales: sólo con la presión del consumidor cambiarán sus estrategias productivas. Negar al que obvia las cuestiones ambientales y favorecer a quien las aprecia. Es una pequeña contribución en la línea a la que nos invita el Papa Francisco en la Laudato si: "La paz interior de las personas tiene mucho que ver con el cuidado de la ecología y con el bien común, porque, auténticamente vivida, se refleja en un estilo de vida equilibrado unido a una capacidad de admiración que lleva a la profundidad de la vida" (n. 225)
Emilio Chuvieco Salinero (22/05/2016)
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