viernes, 19 de abril de 2019

Cambios en ética de la conservación en las grandes organizaciones internacionales

El jueves 11 de abril disfrutamos de la conferencia "Aportaciones recientes a la ética ambiental desde las grandes organizaciones conservacionistas internacionales", impartida por el Dr. Josep Maria Mallarach, miembro de las Comisiones de Áreas Protegidas y de Políticas Ambientales de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), y también de la Comisión de Ética de la Xarxa de Conservació de la Natura de Cataluña.

La conferencia se centró en los cambios y aportaciones que se han producido en los últimos 30 años en dos de las organizaciones más influyentes respecto a la conservación de la naturaleza a nivel internacional: la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) y la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO, por sus siglas en inglés), específicamente en su programa de Patrimonio Mundial.

El ponente comenzó enmarcando su conferencia con relación a los presupuestos de la propia Cátedra de Ética Ambiental, los cuales, según indicó, apuntan en primer lugar que los problemas ambientales han sido frecuentemente abordados de forma compartimentada obviando importantes sectores de la sociedad y aspectos relevantes de la condición humana. Estos enfoques reduccionistas no facilitan una consideración integral del medio ambiente y los acuciantes problemas que actualmente tienen una dimensión planetaria y multidisciplinar, y por tanto requieren una reflexión profunda sobre la verdadera relación del hombre con la naturaleza, que debe hacerse desde múltiples perspectivas.

Como apunte previo, Mallarach explicó que la ética de la conservación trata del comportamiento en relación con los recursos (cómo se distribuyen, aprovechan o protegen) y cuya principal misión es ayudar a mantener la salud e integridad de la Tierra. Puede considerar variedad de motivaciones –a veces incluso antagónicas–, desde las más utilitaristas hasta las más intrínsecas, desde las científicas a las espirituales.

El ponente continuó explicando el contexto en el que comenzaron a producirse los cambios en los valores que regían las políticas de conservación de estos organismos a nivel internacional. Si bien ya los años 70 del pasado siglo acogieron iniciativas interesantes, a su juicio el punto de inflexión se produjo en la cumbre de Río de Janeiro de 1992. Uno de los aspectos que propició este cambio de mentalidad es que en las últimas décadas del siglo veinte la humanidad superó por primera vez la biocapacidad planetaria (y posteriormente de forma creciente, en un “progreso hacia la insostenibilidad”). Por otro lado, se postula una crítica de los fundamentos ideológicos que sustentan este tipo de progreso destructivo: el materialismo, el positivismo, la tecnocracia, el capitalismo, etc. Se critica así mismo la epistemología de la ciencia occidental para aclarar sus límites y discutir a partir de donde la ciencia no es suficiente para explicar o resolver los problemas ambientales. Y se resaltan los valores y conocimientos de culturas tradicionales, a menudo denostados. Todo esto en relación con las amenazas globales y su crecimiento exponencial, lo cual plantea un debate sobre la manera en que se había planteado la conservación de la naturaleza hasta entonces (pequeños espacios, especies) que no resultaba suficiente. Entonces hay todo un cuestionamiento de fondo de los enfoques dominantes, tratando de dar respuesta a estos problemas globales.

En los años noventa, poco después de la Cumbre de la Tierra, un equipo de antropólogos del Programa de las Naciones Unidas para el Ambiente (UNEP) impulsó una revisión global de los valores culturales y espirituales que motivaban la conservación de la naturaleza, documentando en una extensa publicación la evidencia de que la inmensa mayoría de seres humanos conservan la naturaleza por motivos que nos son utilitaristas o económicos, sino por valores culturales y espirituales. Este trabajo además puso en valor los conocimientos tradicionales que sustentan la conservación de algunos de los ecosistemas más resilientes del mundo y sus sistemas de gobernanza.

Respecto a los cambios sufridos en la primera de las organizaciones a tratar y una de las más influyentes, la UICN, el ponente comenzó analizando críticamente su origen y composición, constituida en occidente, con tres lenguas oficiales occidentales, con un predominio de dirigentes occidentales (sobre todo anglosajones durante unos cincuenta años) y que hasta el siglo XXI vetó a los indígenas en sus congresos mundiales. Precisamente, el punto de inflexión más importante se produjo en el Congreso Mundial de Áreas Protegidas de Durban (Sudáfrica) 2003, donde participaron por primera vez representantes indígenas (unos 600). En primer lugar, estos representantes denunciaron el atropello de que eran víctimas a consecuencia de las políticas de conservación de la naturaleza en muchos países de África, América o Asia, como por ejemplo expulsiones de sus tierras y deportaciones. Y cuestionaron los presupuestos de dichas políticas de conservación, con base colonialista. En segundo lugar, presentaron alternativas a dichas políticas, lo cual propició que en el congreso se adoptaran una serie de recomendaciones, como por ejemplo: dentro de los programas de gestión ambiental, dar una atención equilibrada a todo el espectro de valores materiales, culturales y espirituales; implementar campañas para promover el respeto por los valores culturales y espirituales, y en particular, los sitios sagrados; apoyar los esfuerzos de las comunidades locales para mantener sus valores culturales y espirituales; revisar los planes de manejo existentes para dar mayor atención a los valores culturales y espirituales; y promover el diálogo y la resolución intercultural de conflictos.


Éstas y otras recomendaciones impulsaron una serie de desarrollos en sucesivos congresos y asambleas generales de UICN, con la redefinición de muchos elementos clave (como “área protegida” y sus tipos de categorías), nuevas guías de buenas prácticas, estrategias y programas, así como sucesivas resoluciones relacionadas en los años posteriores. Otro de los efectos fue la creación de varios Grupos Especialistas en Valores Culturales y Espirituales de las Áreas Protegidas. En el ejemplo concreto de la definición de “área protegida”, supuso que este tipo de espacios no tuvieran que proteger únicamente la naturaleza, sino también los valores culturales asociados a ella. En 2008 se incluyó además el concepto de "gobernanza" respecto al manejo de las áreas protegidas, ampliándose así el espectro de actores sociales con capacidad de decisión.

En el caso de UNESCO, organización con orígenes, lenguas y predominio también occidentales, dentro de su Programa de Patrimonio Mundial, el ponente repasó en primer lugar la cronología del establecimiento de algunas figuras de protección, como las de Patrimonio Mundial Natural, Cultural y Mixto, destacando las dificultades para integrar la dimensión natural y cultural como un mal crónico de nuestra sociedad occidental a partir del empeño en separar la naturaleza y la cultura. Algo que influye por ejemplo en la evaluación que se hace de ambas dimensiones en los Sitios Patrimonio Mundial, ejecutada por separado por grupos independientes.

Mallarach resaltó como un hito la adopción del Patrimonio Cultural Inmaterial en 2003, que incluiría lenguas, conocimientos y saberes, etc; algo muy positivo al ampliar la protección desde las dimensiones tangibles a las intangibles.

Muchos Sitios Patrimonio Mundial, ya sean naturales, culturales o mixtos se sitúan en lugares que han sido considerados desde hace siglos o incluso milenios como lugares sagrados. Pero en muy pocos casos se reconoce. De hecho, este programa de la UNESCO evitó hasta 2010 utilizar el término “religión”. Esto cambió en 2010 a partir de un simposio en Kiev, en el cual se reconoce el Patrimonio de la Humanidad de Interés Religioso y el papel de las comunidades religiosas en su gobernanza y su gestión.

En síntesis y según el ponente, en el marco de la ética de la conservación se ha pasado de unas valoraciones científicas y materialistas a unas valoraciones más holísticas, en las que se tiene en cuenta la ciencia pero también otros valores; reconociendo la necesidad de ampliar el diálogo con otras cosmologías y la colaboración con distintos tipos de organizaciones culturales y religiosas, además de las propiamente dedicadas a la conservación de la naturaleza; y se ha comenzado a dar el valor que corresponde a los saberes y prácticas tradicionales de las comunidades que de forma tan resiliente habitan estos lugares, tomándolos en consideración junto con la ciencia actual para promover la conservación.

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