El pasado 30 de enero disfrutamos de la conferencia “Dimensiones éticas del cambio climático”, a cargo de Dña. Carmen Velayos (profesora titular de Ética y Filosofía Política en la Universidad de Salamanca).
La ponente comenzó su intervención lanzando al público la siguiente pregunta que a lo largo de la charla trataría de responder: “¿La ética habida hasta ahora es útil para la nueva era en la que nos encontramos (el Antropoceno), una vez reconocida la emergencia climática?”. En su opinión, es lícito preguntarse si necesitamos más bien una “ética de la emergencia”.
Continuó exponiendo la contradicción que supone el reconocimiento abierto e internacional de la emergencia climática, mientras no existen normas internacionales vinculantes, pactos efectivos ni sanciones establecidas a tal efecto. Esto ha provocado el reciente desencanto de la población, especialmente de los jóvenes, reflejado en las masivas manifestaciones de los últimos tiempos, frente a la falta de respuestas en el ámbito jurídico, político e institucional.
La profesora Velayos expuso su convencimiento de que no se tienen las suficientes políticas en la agenda a este respecto. Entre las iniciativas ante la crisis ambiental, están los Objetivos de Desarrollo Sostenible: ¿pero son suficientes? A su juicio, no cabe duda de que son positivos, éticamente loables y aceptados por la mayoría de las personas, pero después sus hábitos cotidianos van a la contra. Incluso se da el caso de que los ODS se contradicen con las respuestas que posteriormente dan muchas instituciones.
Respecto al clima, tenemos las diferentes cumbres de las partes (COP) que han tenido lugar en los últimos años, las cuales han supuesto ciertos avances principalmente en términos de compromisos por distintos países para reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero. Sin embargo, estos compromisos no conllevan sanciones en el caso de no cumplirse, no son vinculantes. Otro aspecto a tener en cuenta en este punto es que los gobiernos tienen objetivos cortoplacistas, en función de las elecciones, lo cual choca con las políticas a largo plazo que requiere la lucha frente al cambio climático.
Aquí la ponente se preguntó qué pasaría si en estas cumbres hubiera representantes ciudadanos informados y organizados en lugar de políticos. A su juicio, llegarían antes a un acuerdo que los políticos. La ponente concluyó este primer bloque sobre la crisis ambiental destacando algunos otros problemas como la superación de los límites del planeta, el agotamiento de ciertos recursos y la contaminación.
A partir de aquí, comenzó el segundo bloque rebatiendo la idea de Hamilton sobre el “tiempo profundo”, según la cual su conferencia no tendría sentido pues no tendría sentido plantear una ética frente al cambio climático. Sin embargo, el cambio climático está ocasionado principalmente por el aumento de emisiones de gases de efecto invernadero de origen antrópico, y tiene un gran componente de injusticia social y daño moral. Por ello, no remite al tiempo profundo, porque es de carácter antropogénico.
En este punto, podríamos pensar que tenemos poco que hacer en términos de ética individual (si el problema es tan grande, lo mejor podría ser desentendernos). Pero la ponente opina como Saramago: aunque no esté en nuestras manos resolver el problema, debemos comportarnos como si lo estuviera y pensar en qué podemos hacer para ayudar a resolverlo (a pesar de que tenga tan mal pronóstico en términos de políticas nacionales e internacionales).
Esto nos lleva a los grandes problemas a los que en su opinión se enfrenta la ética actual para dar respuesta al cambio climático. El primero de ellos es el de las Disociaciones éticas. Con esto, Velayos hace referencia a que incluso cuando tomamos cartas en el asunto y participamos de ciertas acciones que creemos forman parte de la solución, se dan en nosotros ciertas disociaciones éticas o contradicciones (no siempre nuestros mejores juicios o creencias son coherentes con nuestras acciones). Aquí expuso algunos ejemplos de incoherencias en nuestros hábitos cotidianos, para cuyo remedio planteó que necesitamos ser conscientes de las consecuencias de los mismos sobre el cambio climático. Sólo así podremos ser más consecuentes.
El segundo problema es el del Sujeto ético y tiene que ver con el carácter acumulativo del cambio climático. Todos estamos contribuyendo poco a poco. Nuestras responsabilidades son agregadas, pero no son iguales las de un individuo u otro, o las de una determinada empresa o institución. La humanidad como ‘agente geológico’ está contribuyendo de forma global al aumento de temperaturas del planeta. Pero la humanidad no es un agente moral, sino un conjunto muy amplio de agentes morales. Y esto es inusitado para la ética (por ejemplo, cuantificar las contribuciones agregadas de tantísimos individuos). Por tanto, se nos plantea el reto de crear una ética de la cooperación, una ética colectiva. Aquí la ponente lanzó al público la pregunta de si realmente ‘nos sentimos especie’, pues en su opinión la respuesta es ‘no’. Ante esto, propone más rituales colectivos que nos hagan sentir ‘uno’.
El tercer problema tiene que ver con la emoción. Y es que, según algunos autores como J. Gilbert, el problema del cambio climático entendido desde la química atmosférica no nos emociona, no ha ‘violado’ nuestra sensibilidad moral (el ciudadano medio no llega a casa abatido por el cambio climático, aunque le preocupe). Pero ella cree que no hay ética sin emociones. El problema es que para que nos emocione algo así, tal vez deberíamos tener un ‘cerebro climático’, ya que según expuso la ponente, hemos evolucionado para hacer frente a riesgos inmediatos, no a problemas como el cambio climático. Por esto algunos autores argumentan que no sentimos culpa ni sentimiento de deber concomitante. Al margen de todo ello, y respecto a las emociones, en opinión de la ponente hay algunas de especial importancia en la lucha frente al cambio climático, principalmente las positivas como por ejemplo: la indignación, el amor, el cuidado y la precaución (epimeleia) o la felicidad. No así otras emociones negativas que son apeladas desde las visiones apocalípticas del futuro y que pueden llegar a crear ‘angustia ambiental o climática’ (David Wallace-Wells).
El siguiente problema lo denominó Intereses difusos Vs. intereses concentrados, estrechamente relacionado con el de las emociones, ya que generalmente tenemos intereses concentrados o inmediatos en nuestra vida diaria; mientras que algunos problemas como la pérdida de biodiversidad o el cambio climático entran en la categoría de intereses difusos, puesto que si bien a todos nos interesan, no ocupan un lugar inmediato en nuestro día a día.
El quinto problema a su juicio tiene que ver con la antropología política y las matemáticas morales (D. Parfit), pues nuestra moral siempre ha sido de ‘1 agente + 1 efecto’. Pero, ¿qué ocurre cuando los efectos están agregados o cuando los actos están sobredimensionados? Por ejemplo, incluso si un acto no daña a nadie, puede considerarse incorrecto porque es una pieza de un aparato de actos que, en conjunto, sí daña a alguien. Es decir, en la ética del cambio climático no puede considerarse que un acto sea correcto o incorrecto sólo por sus efectos particulares.
En este sentido, al hilo de la conocida ‘Tragedia de los comunes’, la ponente no cree que en el fondo el ser humano sea egoísta, sino que realmente somos homo reciprocans pues, aún en términos egoístas, nos interesa cooperar. Entonces, ¿cómo sería una ética de la cooperación? Para la ponente, el homo economicus no es tal ya que, cuando las personas están bien informadas y conocen los efectos de sus actos, se conciencian y cooperan. Así, en su opinión una posible vía sería reinterpretar la responsabilidad climática como responsabilidad colectiva pero adscrita a individuos concretos, no a la humanidad en general porque no es un agente moral. En este sentido hay que crear redes de acción colectiva, constituir formas de cooperación y colaboración; porque si nos quedásemos en la ética tradicional, nos encontraríamos que es poco eficaz en el contexto del cambio climático. Por tanto, hay que pensar en común y abandonar la antropología política individualista. Es preciso pensar en lo que nos une y no en lo que nos separa.
Por otro lado, tenemos que ecologizar la ética. La ética no puede dedicarse sólo a las competencias, sino que debe tener en cuenta todas las relaciones bióticas y ecosistémicas, así como las relaciones entre los distintos agentes implicados.
Además de todo lo anterior está la Justicia Climática. 10 países contribuyen al 72 por ciento de las emisiones globales, siendo los principales China (de forma global) y EE.UU. (a nivel de individuos). En las recientes cumbres se les ha pedido a los países más emisores que las reduzcan drásticamente. Algunas de estas naciones en desarrollo responden que no es justo que pidan tal cosa los países desarrollados, quienes más han contribuido en décadas pasadas al cambio climático. Otros, como China, indican que actualmente acogen muchas de las empresas de los países desarrollados en su territorio y por tanto tampoco tiene sentido que les exija tal reducción de emisiones. Esta desigualdad en la apropiación del capital ecológico representa una gran injusticia.
Ante esta situación se plantean distintas propuestas que no están exentas de crítica: la contracción y la convergencia (la primera para los países desarrollados y la segunda para aquellos en desarrollo); el Principio de Equidad per Cápita (reparto de emisiones entre las personas), o los Derechos Adquiridos en el Tiempo (que apuesta por tener en cuenta lo que se ha emitido en el pasado).
Por último, la ponente enumeró algunas propuestas en las que sería necesario profundizar para hacer frente al panorama actual: volver a mirar y tener en cuenta a la naturaleza, cambiar nuestros hábitos, vincularnos a la tierra, incluir a la naturaleza en la ética, apostar por un cambio cultural abandonando el individualismo y abrazando la cooperación, establecimiento de nuevas relaciones, cambio de leyes en función de las necesidades de hoy en día, directivas internacionales vinculantes y límites a los derechos de los países sobre sus paisajes y recursos naturales. Como propuestas desde la ética, propuso el desarrollo de las virtudes, tanto las clásicas como otras nuevas acordes con los tiempos y la crisis climática actual.