El 27 de febrero asistimos a la conferencia “Psicología y cambio climático: barreras psicológicas a la proambientalidad en la emergencia climática” conducida por el Prof. José Antonio Corraliza, Catedrático de Psicología Social de la Universidad Autónoma de Madrid.
El ponente comenzó planteando la siguiente cuestión: ¿cómo es posible que en la actual situación de emergencia climática sigamos manteniéndonos tan inactivos y no cambiar nuestros hábitos en pro del medio ambiente? Puso a continuación diversos ejemplos de encuestas y estudios, fundamentalmente a nivel nacional, en los que se puede apreciar la incoherencia en las respuestas de las personas en lo que respecta al medio ambiente y específicamente en lo referente al cambio climático. En general, el nivel de preocupación por estos temas manifestados por la ciudadanía no se adecúa después a sus actos, modo de vida, a quién votan, etc.
Por un lado, según estos estudios los ciudadanos manifiestan cierta indefensión respecto a lo que se denomina “falta de autoeficiencia percibida”. Dicho de otro modo, creen que sus actos no tendrían efectos positivos sobre el cambio climático. Sin embargo, tal como indicó el ponente, el 57% de las emisiones de gases de efecto invernadero tienen que ver de una u otra forma con decisiones individuales. El propio acuerdo de París indicaba literalmente que “el ciudadano es el eslabón fundamental” en la lucha contra el cambio climático, según apuntó.
Podría parecer entonces que el ciudadano no está informado, ya que una respuesta común en estos estudios es que quienes deben tomar medidas son “los que contaminan” (las empresas) o los gobernantes, eludiendo claramente la responsabilidad individual. Pero aun teniendo en cuenta la gran cantidad de información existente, según destacó Corraliza, hay un gran salto entre estar informado y posteriormente concienciado o sensibilizado. Y, a su vez, el mismo gran salto entre estar concienciado y después cambiar de actitud hacia un comportamiento proambiental.
En ocasiones puede deberse a lo que en su ramo se denomina ecofatiga, ecosaturación, ecoindefensión y ecofatalismo; lo cual viene a describir una situación en la que el ciudadano está saturado de información catastrofista sobre la problemática ambiental y llega un momento en que se bloquea y se abstrae del asunto. No en vano, la American Psychological Association (APA) ha acuñado ya un término para una patología relacionada con esta situación: la ecoangustia. El ponente resumió en las siguientes “trampas” las excusas más comunes para no cambiar de hábitos.
En primer lugar, considerar que no es una prioridad respecto a otros problemas, como por ejemplo el del desempleo. En segundo lugar, la extendida idea de que en general “los demás” no están preocupados por el medio ambiente ni hacen nada frente al cambio climático (lo cual refuerza la idea de que los hábitos de uno mismo no marcarían la diferencia).
Como tercera idea, el ponente resaltó la importancia de la “situación de partida”, a partir de ciertos trabajos propios anteriores que apuntan a que la población no toma cartas en el asunto si no ve iniciativas a su alrededor que vayan en el mismo sentido o una situación anterior que lo apoye (del ayuntamiento, gobierno, la sociedad en general…).
La cuarta razón que apunta Corraliza es lo que denomina “hipermetropía ambiental”, refiriéndose a que las personas generalmente identifican los problemas ambientales como algo lejano (la desaparición del bosque amazónico, el derretimiento de los polos, etc.), y por ende, algo frente a lo que poco pueden hacer ellos.
En lo positivo, Corraliza destacó la oportunidad existente en la emergencia climática para que mucha más gente se involucre en la conservación de la naturaleza en general. A este respecto, presentó resultados de estudios propios en los que se muestra la importancia del contacto con el medio ambiente natural en la infancia, lo cual promueve en gran medida actitudes proambientales en la etapa adulta. También propuso como medida al alcance de todos lo que en su área se denomina “autocontrol o simplicidad voluntaria”, refiriéndose a la frugalidad y rechazo al consumismo. Como anécdota final, citó una frase del gran ecólogo Ramón Margalef cuando escribió en un artículo periodístico “mi abuela tenía razón”, al respecto de la reducción del gasto y reutilización de los recursos.
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