Estamos en una encrucijada ambiental que requiere un cambio en nuestra manera de relacionarnos con la naturaleza. El equilibrio de la vida, el acceso justo a los recursos de la Tierra, la herencia a las generaciones futuras lo requieren urgentemente. Pero no sólo es la propia naturaleza quien sufre las consecuencias de nuestros desenfrenos, sino también nosotros mismos. El desequilibrio con el entorno es un reflejo del desequilibrio que media en nuestras relaciones mutuas, de la profunda crisis de valores que afecta a las relaciones sociales. Como indicaba el Papa Francisco en su última audiencia de los miércoles: "La persona humana está en peligro: (...) lo que domina son las dinámicas de una economía y de unas finanzas carentes de ética. Lo que manda hoy no es el hombre: es el dinero, el dinero; la moneda manda. Y la tarea de custodiar la tierra, Dios Nuestro Padre la ha dado no al dinero, sino a nosotros: a los hombres y a las mujeres, ¡nosotros tenemos este deber! En cambio hombres y mujeres son sacrificados a los ídolos del beneficio y del consumo: es la «cultura del descarte». Si se estropea un computer es una tragedia, pero la pobreza, las necesidades, los dramas de tantas personas acaban por entrar en la normalidad. Si una noche de invierno, aquí cerca, en la vía Ottaviano por ejemplo, muere una persona, eso no es noticia. Si en tantas partes del mundo hay niños que no tienen qué comer, eso no es noticia, parece normal. ¡No puede ser así! Con todo, estas cosas entran en la normalidad: que algunas personas sin techo mueren de frío en la calle no es noticia. Al contrario, una bajada de diez puntos en las bolsas de algunas ciudades constituye una tragedia. Alguien que muere no es una noticia, ¡pero si bajan diez puntos las bolsas es una tragedia! Así las personas son descartadas, como si fueran residuos" (5 de junio de 2013).
Creo que es una expresión que emplearemos con frecuencia en el futuro: "la cultura del descarte", del usar y tirar, que aplicamos por igual a los envases del "burger" como a trabajadores que llevan quizá décadas sacando adelante una empresa. Como consecuencia de ese consumismo irrelevante, que no da la felicidad, porque el ser humano no puede llenarse solo de cosas materiales, estamos perdiendo la sacralidad de la vida humana, como perdimos hace un par de siglos la sacralidad de la naturaleza: hemos olvidado que ambas nos exceden, que son Creaciones de Dios con un propósito: no somos quien para alterarlas.
Si perdemos de vista la ecología ambiental, también perderemos la humana y viceversa. "Esa «cultura del descarte» -proseguía el Papa- tiende a convertirse en mentalidad común, que contagia a todos. La vida humana, la persona, ya no es percibida como valor primario que hay que respetar y tutelar, especialmente si es pobre o discapacitada, si no sirve todavía —como el nascituro— o si ya no sirve —como el anciano—. (...) El consumismo nos ha inducido a acostumbrarnos a lo superfluo y al desperdicio cotidiano de alimento, al cual a veces ya no somos capaces de dar el justo valor, que va más allá de los meros parámetros económicos. ¡Pero recordemos bien que el alimento que se desecha es como si se robara de la mesa del pobre, de quien tiene hambre! Invito a todos a reflexionar sobre el problema de la pérdida y del desperdicio del alimento a fin de identificar vías y modos que, afrontando seriamente tal problemática, sean vehículo de solidaridad y de compartición con los más necesitados." (Miércoles 5 de junio de 2013).
Dr. Emilio Chuvieco
Director de la Cátedra de Ética Ambiental
http://razonyalegria.blogspot.com.es/
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