Después de una expectación inusitada para un documento de la Iglesia católica, por fin se publicó el pasado jueves la encíclica “Laudato si”, la primera que escribe completamente el Papa Francisco (la Lumen Fidei había sido ya incoada por Benedicto XVI). Se trata de un documento sumamente interesante, que toca temas muy de fondo y está bellamente escrito. Hacía tiempo que no disfrutaba tanto leyendo un documento (y leo unos cuantos semanalmente!).
Lo primero que me parece necesario destacar es el tema principal de la Encíclica: la ecología, el cuidado de la Creación. Algunos católicos podrían preguntarse por qué escribe el Papa sobre un tema poco relevante, marginal al mensaje central de la Iglesia. Algunos no católicos podrían preguntarse por qué escribe el Papa sobre un tema que no le compete, marginal a una cuestión que es principalmente ética y científica. Espero que ambos venzan el rechazo inicial y lean la Encíclica, pues ciertamente su reticencia tal vez muestra que debería conocer con más profundidad la historia y la teología católica. Hablar de ecología es hablar de una naturaleza que consideramos creada por Dios, y eso la imbuye de una trascendencia que lleva consigo una actitud muy distinta ante el ambiente. Quien considera a la naturaleza como un regalo de Dios, quien aprecia el valor sagrado de lo material que se nos evidencia en la Encarnación de Jesucristo y en los Sacramentos que nos legó, quien repasa la historia de convivencia secular entre los ascetas cristianos y el medio natural en el desarrollaron su encuentro con Dios, no se sorprenderá tanto por la encíclica del Papa Francisco.
Para los católicos que puedan sentir una cierta pereza a leer un documento de 180 páginas, les recomiendo un simple párrafo: “Pero también tenemos que reconocer que algunos cristianos comprometidos y orantes, bajo una excusa de realismo y pragmatismo, suelen burlarse de las preocupaciones por el medio ambiente. Otros son pasivos, no se deciden a cambiar sus hábitos y se vuelven incoherentes (…) Vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial de una existencia virtuosa, no consiste en algo opcional ni en un aspecto secundario de la experiencia cristiana” (n. 217). Hay muchas razones en el documento para justificar por qué es parte esencial de la experiencia cristiana.
Para los ambientalistas que se han olvidado que somos parte de la naturaleza y que consideran al ser humano como cáncer del planeta, baste este párrafo: “No puede ser real un sentimiento de íntima unión con los demás seres de la naturaleza si al mismo tiempo en el corazón no hay ternura, compasión y preocupación por los seres humanos. Es evidente la incoherencia de quien lucha contra el tráfico de animales en riesgo de extinción, pero permanece completamente indiferente ante la trata de personas, se desentiende de los pobres o se empeña en destruir a otro ser humano que le desagrada. Esto pone en riesgo el sentido de la lucha por el ambiente” (N. 91).
Los retos ambientales son demasiado grandes para ignorarlos (“El ritmo de consumo, de desperdicio y de alteración del medio ambiente ha superado las posibilidades del planeta, de tal manera que el estilo de vida actual, por ser insostenible, sólo puede terminar en catástrofes”, N. 161). La implicación es de todos; no puede dejarse únicamente a los que tienen poder en el mundo, porque las consecuencias las están sufriendo todos los seres humanos, particularmente los más pobres. El Papa, profundizando en una propuesta que hizo Juan Pablo II y reafirmó Benedicto XVI, nos invita a una “conversión ecológica”, que llevará a un cambio efectivo de actitudes ante el medio, y a la vez a un conjunto de decisiones concretas que hagan nuestra vida mucho más frugal, que rompan con el espejismo de que la felicidad está ligada a la posesión de bienes materiales (“Mientras más vacío está el corazón de la persona, más necesita objetos para comprar, poseer y consumir” N. 204), que exijan a nuestros gobernantes un compromiso serio con los acuerdos internacionales, aunque eso afecte a nuestro ritmo absurdo de consumo. La economía no puede ser el único criterio de decisión. Hay costes a largo plazo que no se consideran, hay valores mucho más importantes. La política no puede estar al servicio de la economía, ni mucho menos de la economía especulativa, de las finanzas como fin.
Me preguntaban ayer en una entrevista radiofónica qué me había sorprendido más de la Encíclica. Probablemente , lo que el Papa llama espiritualidad ecológica, que liga esa conversión no sólo a un nuevo estilo de vida, sino también a un cambio cultural más profundo. Nos está invitando el Papa a romper con el egoísmo personal, a pensar más en los demás, en los de ahora y lo que vendrán después, a disfrutar de la belleza de la Creación y a dar gracias a Dios por ella. Esto requiere cambios personales: que cada uno lea la encíclica y haga examen. El texto no es un catálogo de buenas prácticas, sino una llamada a la conciencia personal. Acaba con un tono esperanzado: podemos vencer ese egoísmo, no estamos determinados por nuestras flaquezas, porque no todo depende de nosotros, también de un Dios que está empeñado en que seamos felices, que nos recuerda siempre esos valores que realmente nos dan la felicidad. Acaba el Papa implorando a Dios por ese cambio con dos oraciones que emocionan, uniéndonos a creyentes de otras tradiciones espirituales, y a los demás cristianos, pues la plegaria es parte vital de esa conversión.
Oración por nuestra tierra: “Dios omnipotente, que estás presente en todo el universo y en la más pequeña de tus criaturas, Tú, que rodeas con tu ternura todo lo que existe, derrama en nosotros la fuerza de tu amor para que cuidemos la vida y la belleza. Inúndanos de paz, para que vivamos como hermanos y hermanas sin dañar a nadie. Dios de los pobres, ayúdanos a rescatar a los abandonados y olvidados de esta tierra que tanto valen a tus ojos. Sana nuestras vidas, para que seamos protectores del mundo y no depredadores, para que sembremos hermosura y no contaminación y destrucción. Toca los corazones de los que buscan sólo beneficios a costa de los pobres y de la tierra. Enséñanos a descubrir el valor de cada cosa, a contemplar admirados, a reconocer que estamos profundamente unidos con todas las criaturas en nuestro camino hacia tu luz infinita. Gracias porque estás con nosotros todos los días. Aliéntanos, por favor, en nuestra lucha por la justicia, el amor y la paz”.
Emilio Chuvieco Salinero (20/06/2015)
Director de la Cátedra de Ética Ambiental FTPGB-UAH
http://razonyalegria.blogspot.com.es/
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