Nuestra sociedad asume que las cosas deben funcionar, y si no es el caso busca a alguien a quien pueda hacer responsable, particularmente si se trata de políticos, que parecen llamados a arreglar todos los problemas cotidianos. Ser responsable es tener la capacidad de responder, se supone que ante algo que hemos podido decidir previamente. No es responsable quien no decide libremente, ya sea porque no actúa con verdadero conocimiento, ya porque sea obligado a hacer algo que no quiere hacer, o ya porque tenga sus facultades mentales enajenadas.
Ser responsable, en pocas palabras, es asumir las consecuencias de nuestras decisiones. Con cierta frecuencia tendemos a pensar que otros son responsables de los problemas que encontramos, y en menos ocasiones se nos ocurre reflexionar sobre qué grado de responsabilidad tenemos nosotros. Hacer tiempo me comentó un amigo que "si no eres parte de la solución, es que eres parte del problema". De algunos problemas somos poca parte, ciertamente, pero de otros -yo diría que de la mayor parte- siempre podemos hacer algo que contribuya, aunque sea livianamente, más a la solución que al problema.
La mayor parte de las personas están de acuerdo con preservar la naturaleza, con reducir nuestro impacto sobre la misma, pero la mayor parte no ven la conexión de esa actitud con lo que hacen todos los días. Ahí entra el concepto de consumo responsable que es, ni más ni menos, dar respuesta de qué hacemos para cumplir nuestras necesidades vitales. Hay muchas maneras de consumir. La más frecuente es la que busca tener más cosas, aunque no esté claro para qué sirvan, o sirvan más bien para poco o por poco tiempo. El consumo responsable -ahora me centraré en su aspecto ambiental- lleva a la práctica esa motivación conservacionista, y procura aplicar los tres principios basicos de la excelencia ambiental: reducir, reutilizar y reciclar, a los que yo añado otras dos "r": restaurar y re-educar. El consumo responsable supone consumir menos, ya sea porque reducirmos nuestras necesidades o porque re-utilizamos lo que de otro modo consideraríamos obsoleto. No nos hace falta tener tres móviles, aunque sean malos, ni tener el último cachivache que haya producido la tecnología: no nos hace más felices y crea mayor tensión en los recursos del planeta. Lo mismo cabe decir de cualquier otra cosa que consumimos, desde la comida hasta la ropa, pasando por el transporte o la diversión.
¿Que requiere ser responsables en nuestro consumo? Dos cosas sencillas, tener la motivación que nos lleve a ejercer nuestro derecho a no consumir o a hacerlo de otra forma, y tener el conocimiento para que esa forma alternativa sea más sostenible ambientalmente. A eso me referiré a continuación.
Decía que ser responsable puede resumirse en ser consciente del impacto que tienen nuestras decisiones. Aplicado a nuestro consumo, ser responsable conlleva darnos cuenta de los efectos que tienen nuestros hábitos de comida, de transporte, de vestido, de diversión y de cualquier otra actividad que nos lleva a comprar cosas. Todo lo que consumimos requiere una cierta cantidad de energía y materias primas, de trabajo e inventiva humana, y todo en consecuencia tiene un impacto ambiental y social. Según sea nuestro consumo, esas repercusiones pueden ser más o menos dañinas sobre el medio y las personas. Habitualmente no somos muy conscientes de esas repercusiones, ya que nos falta información para calificar las cosas que consumimos. Hay algunas excepciones, como los electrodomésticos (que suelen ya tener una etiqueta que identifica su eficiencia energética) o los automóviles (que nos informan del consumo de combustible), pero en otros muchos aún hay bastante por hacer. Para remediar esa carencia, distintas iniciativas intentan informar al consumidor de los productos que consume. Me parece de especial interés la realizada por la organización goodguide (http://www.goodguide.com/) que puntúa más de 250.000 productos vendidos en EE.UU. en función de los aspectos sociales, ambientales y de salud que implica su producción y distribución.
En esta línea desde la cátedra de ética ambiental de la Universidad de Alcalá, estamos intentando promover el etiquetado energético de los productos alimenticios en nuestro país, de tal forma que el consumidor pueda tener información adicional sobre un aspecto relevante de los productos que consumimos. En estos días se celebra una nueva cumbre del tratado de cambio climático de la ONU, que debería comenzar a poner encima compromisos concretos para reducir nuestras emisiones de gases de efecto invernadero. Las decisiones deberían ser muy amplias y muy contundentes, dada la gravedad de los impactos que ya tiene, y puede tener mucho más, el calentamiento terrestre. Una de esas medidas es que el consumidor sea consciente de las emisiones que ha generado un producto y que eso le sirva como elemento de juicio para comprarlo o no, o para elegir una alternativa más eficiente energéticamente. El cambio climático no va a modificarse drásticamente porque nuestro consumo sea más responsable, pero me parece muy relevante que cada uno se posicione ante un problema que nos afecta a todos y haga lo que esté en su mano para resolverlo. Además del impacto directo que esas actitudes tienen, también servirá para extender esa preocupación a nuestro entorno y para exigir a nuestros líderes politicos o económicos que vayan en la misma dirección. Esto es, en pocas palabras, un ejemplo de lo que significa ser parte de la solución o ser parte del problema.
Emilio Chuvieco Salinero (20 de noviembre de 2016)
Director de la Cátedra de Ética Ambiental "Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno - Universidad de Alcalá"
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