martes, 31 de marzo de 2015

¿Y cuánto planeta nos queda?

¿Y CUÁNTO PLANETA NOS QUEDA? (I)

Escuché el pasado jueves un seminario en la universidad donde trabajo. El profesor invitado nos hablaba de la creciente disfunción entre los recursos que consumimos y los disponibles en nuestro planeta. Se detenía particularmente en el caso de la energía, mostrando cómo las reservas de combustibles fósiles disponibles son cada vez más remotas y, por tanto, más difíciles y caras de explotar, además de seguir contribuyendo a realzar el efecto invernadero que puede sumirnos en una situación futura de colapso climático.
Coincido en la mayor parte de lo que allí se presentó, pero una vez más tuve la impresión de que la crítica al modelo económico actual no culmina con una propuesta de alternativas realistas. Estoy convencido de que este modelo económico y social es inviable, tanto ambientalmente como humanamente: ni es amigable con la Tierra, ni con nosotros mismos (en el fondo las dos cosas van de la mano). El problema que siempre me planteo al leer o escuchar hablar de estos temas es qué hacer al respecto. Me parece que las propuestas que se plantean no son viables por ser, a mi modo de ver, simplistas, utópicas o inhumanas. Resumiendo las cosas, me parece que las alternativas que suelen plantearse van en las siguientes direcciones (no necesariamente contrapuestas, a veces inclusivas):
1. Cambiar el sistema económico capitalista por otro, pero no se sabe bien cuál, pues obviamente el sistema marxista no sólo ha sido nefasto para la libertad de las personas, sino también ha llevado consigo daños ambientales descomunales (basten de ejemplo, entre otros miles, Chernobyl o la presa de las Tres Gargantas). ¿Hay algún sistema económico realmente alternativo al capitalismo? ¿Cuándo se habla de capitalismo, se habla del capitalismo financiero, del de mercados, del social, del de estado, o simplemente se está uno refiriendo al egoísmo-avaricia que guía muchas veces el sistema económico actual?
2. Volver al periodo pre-industrial, en donde supuestamente nuestro impacto en los recursos era menor. Me temo que esto es recuperar el "mito del buen salvaje", algo trasnochado ya. Evidentemente los pueblos indígenas aportan un tesoro invalorable de sabiduría del que debemos aprender, además de respetar sus formas de vida, particularmente frente a la agresión de quienes vulneran sus derechos de tierra, pero creo que no tiene sentido plantear un retorno del tiempo. Además, no seamos simplistas: el equilibrio de las sociedades pre-industriales con el ambiente también ha tenido momentos de crisis, como documentan algunos especialistas (extinción de grandes mamíferos en América tras la entrada de las primeras poblaciones humanas, colonización de Oceanía, final de la cultura Maya...).
3. Eliminar población. Si el problema es un consumo excesivo de recursos, la solucion pasaría por eliminar a las personas que los consumen. Esto es lo que se conoce como ecologismo antihumanista. Alguien tan estimado como Jacques Cousteau llegó a afirmar que: "La población mundial debe estabilizarse, pero para lograr esto tendríamos que eliminar a 350.000 personas cada día. Es un planteamiento tan horrible que no deberíamos ni mencionarlo. Pero la situación en la que nos encontramos es lamentable". Los partidarios de esta postura no dicen, claro está, como hacerlo, ni a quien eligirían para acumular esa cifra. Además, suele responsabilizarse del crecimiento mundial de la población a los países en desarrollo, que tienen tasas más altas de natalidad, pero naturalmente no dicen nada de los recursos que utilizan ellos, frente a los que usamos en países desarrollados. Si comparamos la huella ecológica de India y EE.UU., por ejemplo, la población de este último sería equivalente a casi tres veces la de la India, que tiene cuatro veces más población en números absolutos.
¿Qué hacer entonces? Permitidme el suspense, pero como la entrada me ha quedado un tanto larga, me reservo para aportar algunas ideas sobre la "conversión ecológica" que esta sociedad necesita en la siguiente.

Dr. Emilio Chuvieco (01-02-2015)
Director de la Cátedra de Ética Ambiental
http://razonyalegria.blogspot.com.es/


¿Y CUÁNTO PLANETA NOS QUEDA? (II)

Comentaba en mi entradade la semana pasada que vivimos en una crisis ambiental ante la que no caben soluciones fáciles o pasajeras. Cuando hay crisis económica, aunque sea tan profunda como la nuestra, los efectos se notan enseguida, y la tentación es optar por soluciones rápidas que no van al fondo del problema porque el fondo requiere cambios de mucho más calado. En el caso de la crisis ambiental, mucho más profunda que la económica, los efectos no se observan a corto plazo, sino en tendencias mucho más largas, que a veces se nos escapan, y sólo somos conscientes cuando ocurren de modo catastrófico (inundaciones, olas de calor o de frío, sequías extremas....). Lo más grave de la crisis ambiental es que cuando sea tan evidente que todos la observen, será demasiado tarde para actuar. Como las potenciales consecuencias son muy graves (por ejemplo, si el deshielo creciente de Groenlandia fuera completo se incrementaría el nivel del mar siete metros, lo que supondría la anegación de ciudades en las que hoy viven miles de millones de personas), es preciso tomar medidas serias y de largo plazo, aplicando simplemente el principio de precaución. El problema está precisamente en cuáles son esas medidas, el diagnóstico está ya bastante claro, pero el tratamiento nos resulta tan "doloroso" de aplicar que acabamos por enterrar la cabeza como el avestruz.
Naturalmente que no tengo la solución mágica a una crisis que se ha gestado en cientos de años y se acelera en las últimas décadas, pero sí me parece obvio que cualquier medida que apliquemos no será eficaz si no cambiamos nuestra actitud a la naturaleza. Hemos vivido milenios pensando que el ambiente es simplemente una fuente de recursos, una despensa que basta usar a placer y que se recompone automáticamente. Ahora nos damos cuenta que la despensa empieza a estar vacía y que algunos de los recursos allí almacenados no tienen aspecto muy saludable. Me parece que el problema no se arregla sólo consumiendo menos y reponiendo más en la despensa, sino más bien empezando a considerar que esa despensa también es el lugar donde vivimos, nosotros y quienes vendrán, además de ser nuestro mejor teatro, que nos enriquece el espíritu; nuestra más refinada escuela, donde aprendemos a vivir con los demás y nosotros mismos; nuestro mejor templo, donde contemplamos vivamente las obras de Dios, y nuestro hospital más eficaz, ya que nuestra salud depende de la salud del entorno. En suma, me parece que la crisis ambiental sólo se resolverá cuando empezamos a considerarnos parte de la naturaleza y no solo usuarios o habitantes extraños. Tenemos muchas razones para hacerlo, en bien de nuestros congéneres,  de quienes habitarán la Tierra en el futuro, de otras especies, pero también de nosotros mismos. Hemos pagado un alto precio por ausentarnos de la Naturaleza, por vivir de espaldas a ella, por olvidarnos que nosotros también somos Naturaleza, y que la felicidad última consiste en vivir en armonía con lo natural y con nuestra naturalidad, en seguir lo que somos en lugar de inventarlo, de convertirnos en máquinas. Buscamos la felicidad en cosas cada vez más esotéricas, pero me parece que la felicidad es mucho más accesible, basta buscar en nosotros mismos y descubrir lo que somos, procurando que nuestra vida sea cada vez un mejor reflejo de lo que está llamada a ser.

Dr. Emilio Chuvieco (08-02-2015)
Director de la Cátedra de Ética Ambiental
http://razonyalegria.blogspot.com.es/

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